


En 1979 el agente de policía de Colorado Springs Ron Stallworth logró estar infiltrado durante nueve meses en el Ku Klux Klan. Este trabajo policial, ya de por sí meritorio, alcanza la categoría de hazaña si se tiene en cuenta la adscripción racial del protagonista. En efecto, el afroamericano Stallworth, con la colaboración de un compañero de raza blanca —a la sazón judío—, logró engañar no solo a los miembros rasos sino incluso a parte de la directiva de la asociación racista por antonomasia. Gracias a su trabajo pudieron ser identificados algunos miembros del Klan, además de evitarse algunas acciones criminales. El policía, ya retirado, publicó su aventura en forma de libro en 2014, despertando el interés del director y activista Spike Lee, que ahora la lleva al cine.
Infiltrado en el KKKlan es una película irregular. Por un lado, su logrado tono de comedia satírica apuntala una premisa dramática de enorme interés narrativo. Las geniales interpretaciones del dueto formado por Washington y Driver enriquecen un relato cuya puesta en escena desglosa con soltura cuantos recursos tiene a su disposición para retratar, desde la comedia, una época y un estilo muy concreto, realizando al tiempo numerosas referencias a la cultura blaxploitation del momento. Por ello, no puede resultar sino deliberadamente chocante la inserción de imágenes documentales de la más rabiosa actualidad como los discursos de Trump o las escenas del atropello por parte de un supremacista a los integrantes de una marcha pacífica el pasado año en Charlottesville.
La tesis del film se maneja en unos términos tan maniqueos que casi resultan panfletarios.
Por otro lado, la tesis del film, que sin duda aboga por la denuncia del auge del racismo que se está viviendo actualmente en numerosos países, con Estados Unidos a la cabeza, se maneja en unos términos tan maniqueos que casi resultan panfletarios. Mientras se retrata el activismo por los derechos civiles en términos de rigor histórico y desde la dignidad, el suprematismo de los integrantes del Klan está tan caricaturizado que, de alguna forma, se termina restando potencia al discurso contrario. Los miembros del Ku Klux Klan son construidos como un grupo radicalizado de paletos tan cortos de entendederas que realmente la disolución de su asociación no la provoca la injerencia de la policía ni el peso de la ley, sino sencillamente la torpeza de sus miembros.
A pesar de esto, el filme se configura como una pieza disfrutable dentro del panorama de estrenos, además de como una visión, particular y firmada por un director fiel a su trayectoria y estilo, del momento actual que viven los Estados Unidos.