El Río Irati tiene un curso de más de 83 kilómetros. Nace en la cordillera pirenaica, cerca del Monte Ori, y tiene su desembocadura en el Río Aragón, a la altura de Sangüesa. Se trata de uno de los ríos más caudalosos de Navarra y, dada la buena conservación de su fauna y flora, posee numerosos puntos de pesca. El río da nombre a todo el bosque de hayas y abetos que circunda su valle, la Selva de Irati. Se trata del segundo hayedo-abetal más extenso de Europa después de la Selva Negra, está considerado Patrimonio de la Humanidad, y en sus recodos habitan seres mitológicos como los jentilak, gigantes lanzadores de piedras; el majestuoso basajaun, milenario pastor de profusas melenas; el terrorífico Tartalo, cíclope devorador de hombres; o hermosas criaturas fluviales de largos cabellos con cuerpo de mujer y pies de ave.



Cuando su padre se ofrece como sacrificio a cambio de la intervención de estos seres en su guerra contra los cristianos, el pequeño Eneko se convierte en acreedor del señorío de esas regiones. No obstante, dada su corta edad, es enviado por su abuelo a educarse en los reinos aliados. Cuando regresa, ya hecho un hombre, trae consigo la cruz cristiana prendida al cuello y se encuentra con una disputa dinástica: otros señores del lugar reclaman su tierra, precisamente por ser Eneko hijo de un pagano. Así, para demostrar su derecho, debe recuperar el cadáver de su padre y darle sepultura según mandan los cánones católicos. El problema es que el cuerpo de su progenitor yace en algún lugar ignoto en lo más profundo del bosque; un lugar mágico y misterioso donde todo lo que tiene nombre existe. Para llegar allí, no le queda otro remedio que confiar en su guía, una joven pagana llamada Irati.
Paul Urkijo escribe y dirige una epopeya de corte fantástico muy anclada en la raigambre de la mitología vasca y navarra. Su película llama la atención, en primer lugar, por lo arriesgado de la propuesta —realizada en euskera y latín— en un contexto, como el español, tan poco dado a producciones de este género. En segundo lugar, destaca por el cariño y la solvencia tanto en el guion como en la puesta en escena y los efectos visuales, que se apropian de la fuerza telúrica del folclore y la tradición cultural que le son propias.
Si el público está acostumbrado a los universos mitológicos inventados para la ficción, ya sea con coordenadas de Westeros, de Tolkien, de Lovecraft o de Pandora, probablemente encuentre en la mitología vasca un microcosmos cuya verdad se puede explorar entre las hayas y los abetos del remoto y a la vez cercano Valle de Irati, donde habitan las lamias.