


En un municipio del archipiélago japonés se decide por decreto desterrar a todos los perros a una isla lejana, pues se les acusa de transmitir una terrible enfermedad. La corporación municipal está encabezada por el último miembro de una estirpe de detractores de los perros y amantes de los gatos, que desoye todas las recomendaciones de los científicos y que, de hecho, manda deportar en primer lugar a su propio perro guardaespaldas. Sin embargo, su sobrino de doce años, que es el mejor amigo del can, decide secuestrar una avioneta y lanzarse él solo al rescate. Sin más ayuda que la de una pandilla de perros exiliados, el pequeño emprenderá un viaje a lo largo de la isla para lograr dar con su mascota y traerla de nuevo a casa.
Wes Anderson es sin duda un director y guionista con un marcado estilo propio. A lo largo de toda la obra, filmada con la técnica del stop-motion empleando modelos de alguna clase de plastilina, resulta imposible no encontrar los trazos característicos de su cine de planos detallistas, composiciones de perfecta simetría y rupturas de la cuarta pared. No obstante, en esta ocasión añade además a su obra reminiscencias del cine japonés, del que toma prestado el estilo, los tiempos, el ritmo y la banda sonora, lo cual supone un acierto de cara a aportar coherencia a la narración, si bien condena la película a cierta parsimonia y previsibilidad solo compensada por el toque de humor, los chistes y gags visuales, el empleo del metalenguaje, la ironía, y un manejo magistral del montaje.
El film presenta, igualmente, a través de una elaborada fábula distópica, una lectura política que pone en entredicho los mimbres del poder
La pandilla de perros exiliados conforman, sin lugar a dudas, el corazón de la pieza, dejando incluso eclipsada la trama principal. Se trata de un grupo de canes de distinta procedencia que, al compartir destierro en la isla, han conformado una suerte de clan donde las decisiones fundamentales se toman de manera democrática; donde todos expresan sus pensamientos con una labia sofisticada —los ladridos están doblados al español, lo hablado en japonés no—, y cuyo viaje en compañía del héroe supone una fuente de desavenencias que pone en juego la propia identidad de los personajes.
El film presenta, igualmente, a través de una elaborada fábula distópica, una lectura política que pone en entredicho los mimbres del poder. Los líderes corruptos de este pueblo confabulan una trama de dominación de trazo grueso basada en la manipulación mediática, el exterminio e incluso el asesinato. La aniquilación canina no es más que la búsqueda de un enemigo externo frente al cual lograr la adhesión de las masas. Por ello termina resultando sorprendente el final almibarado y hasta naive de la película, a la que parece no importarle dejar cabos sueltos siempre y cuando se logre cerrar con una sonrisa del público.