


Bill vive obsesionado con la desaparición de su hermano. Ocurrió una tarde de tormenta. Él estaba en cama, enfermo. El pequeño Georgie salió a jugar en los charcos con un barquito de papel. No volvió. Ha llegado el verano y ahora Bill quiere aprovechar para explorar las cloacas con la ayuda de sus amigos. Pronto se les une Beberly, que está tan marginada como ellos. Y Ben, el novato. Y luego llega Mike, también de su edad pero que no va al colegio. Entre todos forman una pandilla pintoresca, siempre de arriba a abajo con sus bicicletas, tratando de evitar a los gamberros de Henry y sus matones. De vez en cuando van a bañarse a la cantera, y experimentan sin ser conscientes instantes de pura felicidad; la felicidad de los niños en los veranos de pueblo. Pero hay un problema: el horror.
Todos lo han experimentado de algún modo. Algunos han visto un payaso siniestro; otros han percibido la presencia de fantasmas; los más descreídos se han encontrado con zombies e incluso Beberly, que es la más madura, ha tenido visiones. Bill todavía no lo sabe, pero el payaso infernal que los aterra es quien se llevó a su hermano; es, de hecho, quien asesina impunemente a niños una vez cada veintisiete veranos. Y ahora les ha tocado a ellos. El horror irracional que les causa el monstruo hace por un momento que olviden sus horrores cotidianos: la marginación, el insulto, la opresión de unos padres abusadores… Juntos tendrán que ponerle fin a la pesadilla y, si vuelve, deberán hacerle frente de nuevo. Siempre juntos.
Nacida de la pluma de Stephen King, esta versión de It presenta dos cambios estratégicos con respecto a su antecesora, la TV Movie de los noventa. El primero de ellos es haber sabido aprovechar la ola de nostalgia ochentera para trasladar la historia original del grupo de amigos nada menos que dos décadas en el tiempo. La pandilla de los «Perdedores» ha pasado de los sesenta a finales de los ochenta, compartiendo así el imaginario de Super 8, Stranger Things o de Los Goonies —cuyo remake está al caer—. El segundo acierto ha sido dividirla en dos partes, dedicando la primera a la historia de los niños y reservando para la siguiente —prevista en 2019— los hechos actuales.
Los fallos son los que cabrían esperar: una trama predecible; una sucesión redundante de sustos solo propiciados por el sobresalto sonoro, y una falta real de sensación de peligro durante todo el metraje. No obstante, el casting transpira naturalidad; la historia interior de cada uno se teje con interés y, en definitiva, más por la parte del drama que por el terror, el resultado es positivo.