La semana pasada asistí al final de la segunda temporada de American Horror Story, subtitulada Asylum por algún experto en márketing. En general ha sido un final correcto, han cerrado las tramas abiertas y han cumplido lo que prometían… ahora bien, podía haber estado mejor. A De Mille se le atribuye eso de:
Las películas deben comenzar con un terremoto e ir creciendo en acción.
Pues bien, esta temporada ha empezado con un terremoto, pero en vez de crecer en acción se ha ido haciendo todo tan y tan predecible y aburrido que ha desembocado en un final del todo vacuo. Me explicaré.
En primer lugar, debo decir que cuando me embarqué en la segunda temporada de American Horror Story lo hice seducido por la promesa que me hacían sus trailers y anuncios. El primer volumen no me enganchó, me pareció demasiado gratuito y rozando el absurdo, pero debo confesar que las imágenes de la monja de porcelana y la niña del exorcista bajando la escalera invertida me sedujeron.
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Claro, toda seducción tiene su desengaño y en la temporada no se ha respetado ninguna de las alusiones prometidas, lo cual ya, de entrada, me hace levantar una ceja.
Durante los doce episodios que ha durado el experimento hemos encontrado diversas tramas, a cual más rara. En general, da la impresión de que los realizadores han querido disparar tan alto que en el momento de cerrar han optado por el lugar común y el final irrisorio. Pongamos algún ejemplo:
La trama del doctor nazi que hace experimentos con la gente y que medio insinúa que ha logrado la manera de mejorar la raza hasta el punto de alcanzar la inmortalidad. Fruto de sus experimentos son un conjunto de seres deformes que, a falta de un lugar mejor, viven como salvajes en el bosque. Buen comienzo, dado el género, y planteamiento potente donde los haya. ¿Cómo termina la trama? ¿Con un ejército de monstruos mutantes inmortales devorando Baltimore, como dicta la lógica de De Mille? Pues no: termina con el doctor malvado enamorándose y matando a sus criaturas en el bosque. Pum, pum, pum. Fin del problema. Y De Mille se queda diciendo: ¿y tanto para esto?
La historieta del chaval que ve a los extraterrestres, el rapto de sus dos novias que vuelven embarazadas con sendos niños del espacio. Impresionante planteamiento que nos lleva a un punto álgido —aunque poco realista— con matanza con hacha incluida. ¿Cómo termina la trama? ¿Los niños del espacio ejercen el control mental de toda la población y hacen que nos matemos unos a otros, como sería lógico y natural? Pues no. Le perdemos la pista a los niños aliens y el pusilánime del padre se hace viejo y ve un destello antes de morir. ¿Tanto para acabar así? De Mille se revuelve allá donde esté.
El culebrón de la periodista lesbiana y del hijo que desea estar frente a su madre para vengarse de lo que le hizo a su padre y de haberle abandonado en la lactancia y que termina… Pum. Otro balazo y se acabó. Fin de la historia, otra vez así, sin más. Se acabó porque yo lo digo. Ni siquiera un cadáver flotando en la piscina, oye.
La trama, a mi entender, más potente era la de la monja poseída —leitmotiv más que recurrente en la historia del cine que se hace una y otra vez por el sencillo motivo de que funciona—. Bien interpretada, bien desarrollada y en el momento del álgido final acaba… con un empujón a la monja por la escalera. Fin. Se acabó el mal. Es como si el padre Merrin exorcizase pistola en mano.
Pero lo peor de todo esto es que los finales de las tramas han ido de forma escalonada. La serie está cerrando historias prácticamente desde el episodio diez. Sin intriga, sin sorpresas… Al llegar al gran final daba la impresión de que la temporada se había acabado realmente hacía mucho. El doctor nazi no suponía ningún peligro; los niños extraterrestres eran, al final, tristemente vulgares; el asesino de las primeras víctimas era quien todos sospechábamos; la monja poseída por el diablo era, al final, más bonachona y condescendiente que la otra monja —llamémosla demons-free—; y Jessica Lange… pues eso, Jessica Lange: explotando como siempre ha hecho su misteriosa capacidad para poner cara de estar tramando algo sádico.
Para no acabar tan negativo, y como ya hice alusión en su día al momento musical de la monja poseída, voy a referirme a algo que sí me ha gustado: el «homenaje» a la famosa escena de la mismísima Jessica Lange en El cartero siempre llama dos veces. Se puede ver en el episodio 2×04, cuando la pareja libera sus instintos sexuales entre nubes de harina y montones de masa madre.