


Jojo es un niño alemán de diez años que siente una exacerbada admiración por el nazismo. Estamos a finales de los años cuarenta, en plena guerra, y el pequeño no solo forma parte de las juventudes hitlerianas sino que tiene como mejor amigo imaginario nada menos que al mismísimo Adolf Hitler. No obstante, su mundo se tambalea cuando descubre que su madre tiene escondida en su propia casa a una niña judía pocos años mayor que él. Temeroso de que las autoridades lo descubran y tomen represalias contra su madre, Jojo decide guardar el secreto al tiempo que aprovecha para satisfacer su curiosidad sobre los judíos, quienes, según le han dicho, son seres monstruosos, con facciones demoniacas, cuernos y terribles poderes mentales. De este modo, la refugiada será para Jojo, primero, el enemigo; posteriormente, un objeto de estudio, y luego, paulatinamente, una compañera de juegos y amor platónico del pequeño.
La película desarrolla su narración a partir de las relaciones de Jojo, además de con la niña judía, con su madre, de quien descubre una doble vida; con los nazis, de cuyo grupo desea formar parte a toda costa, y también consigo mismo a través de la figura del Hitler imaginario, que, de alguna forma, representa la conciencia vampirizada y fascinada del muchacho —y de gran parte de la juventud alemana del momento, según sugiere el director al acudir, en el prólogo del film, a las imágenes de los baños de masas del führer que inmortalizara con su objetivo Leni Riefenstahl—.
La película no renuncia a mostrar momentos de extrema dureza, logrando hacer confluir la risa con el llanto aunque pecando, en ocasiones, de llevar la historia al terreno de lo paródico
Así, conforme el proceso de madurez del pequeño se va forjando y va adquiriendo una visión del mundo más amplia, la figura del dictador imaginario va desapareciendo del metraje. El diálogo contra su inconsciente supone, sin lugar a dudas, la parte más interesante —y divertida— de la película, que se escuda en la mirada infantil para hacer comedia de un tema tan fúnebre como socorrido: el de los niños y la guerra.
No obstante, a pesar del tono jocoso, la película no renuncia a mostrar momentos de extrema dureza, logrando hacer confluir la risa con el llanto aunque pecando, en ocasiones, de llevar la historia al terreno de lo paródico, blanqueando en cierta forma la realidad del momento que retrata y tratando de hacer un humor que no ofenda a nadie.
Estéticamente recuerda mucho a las obras de Wes Anderson en cuanto a su planteamiento visual. La frontalidad de la cámara, la cuidada composición de encuadres dentro de encuadres, e incluso la paleta de colores elegida traen a la memoria obras como Moonrise Kingdom, también de protagonismo infantil y tono a caballo entre la comedia, la parodia y el drama.
En definitiva, una obra divertida y bien realizada que se postula como favorita en los Oscars, a los que llega con seis nominaciones incluyendo Mejor Película.