


Arthur Fleck es un cómico sin demasiado éxito. Trabaja como payaso para animación de eventos infantiles o actos publicitarios, si bien su mayor aspiración es convertirse en monologuista de éxito y salir por televisión. Vive con su anciana madre, a la que cuida lo mejor que puede, y trata de sobrellevar una extraña afección psicológica: siempre que algo lo altera o lo pone nervioso su cuerpo reacciona provocando una espasmódica e incontrolable carcajada. Pese a ello, su existencia resulta del todo anodina: va a su trabajo, atiende a una terapeuta de los servicios sociales que le receta los medicamentos que precisa, y cuida de su madre en un pequeño apartamento de la ciudad de Gotham. No obstante, un cúmulo de diversos acontecimientos dará al traste con su estabilidad.
Llevar la cuenta del número de adaptaciones que se han realizado del personaje creado en 1940 por Jerry Robinson, Bill Finger y Bob Kane resulta una misión complicada, especialmente si se tienen en consideración todos los medios en los que ha aparecido: cómic, cine, televisión o videojuegos. Se trata, como se deduce de su longevidad y éxito, de un personaje de enorme atractivo a pesar de ser, en cualquiera de sus formas, un terrible villano. De ahí que la película de Phillips haya venido acompañada, tras su éxito en el Festival de Venecia, de la polémica. En efecto, el Joker encarnado por Joaquin Phoenix es tan villano como el que más pero, en esta ocasión, no le faltan motivos.
Sostenida a partir de una interpretación de altura, sería injusto afirmar que todo el logro de la obra recaiga sobre las escuálidas espaldas —en el film— del actor. La historia se desarrolla a partir de un guion bien compensado que va de menos a más y que recuerda a películas de Scorsese como Taxi Driver o El Rey de la Comedia; la fotografía enmarca el descenso a los infiernos del personaje principal con un trazo tan realista que apabulla; la banda sonora explora la psique del protagonista y su ominosa transformación en monstruo, y la puesta en escena no deja resquicio que nos exonere: de una forma u otra, terminamos formando parte de la banda del villano.
El film, además de suponer una aproximación madura y dramática, huye a propósito de todo el artificio pirotécnico y superficial que se ha convertido en tónica dominante en el género de superhéroes y supone, de este modo, una nueva reinvención —la enésima— de lo que promete ser una saga cinematográfica construida precisamente sobre lo que Scorsese ha manifestado que echa en falta en este tipo de películas: humanidad.
Sin lugar a dudas se trata de una obra contundente que sirve de presentación de personaje y que permite al espectador ilusionarse ante la llegada, ya anunciada, de un nuevo Batman.