


Las historias de rebeldes parecen todas cortadas con el mismo patrón, ya sea Espartaco o Robin Hood. Quieren hundir sus cimientos en una premisa real sobre la que construir un relato a veces demasiado fantasioso o pueril. Con Los hombres libres de Jones sucede algo parecido, especialmente cuando se insiste exclusivamente en los actos heróicos de un personaje esquivo a los historiadores. Sin embargo, la película, ambientada a finales del XIX, trae a colación una temática que, después de los altercados en Carolina del Norte semanas atrás, parece estar de máxima actualidad.
Newton Knight es un camillero de batalla durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos en el bando Confederado. De clase humilde, es contrario a la política que permite a los terratenientes con mayor número de esclavos librarse de combatir. Cuando su sobrino adolescente muere en sus brazos en plena trinchera, Knight se fuga del frente para darle sepultura junto a su madre, pasando a ser así un desertor buscado por la ley. Comenzará a congeniar con otros fugitivos como él, mayoritariamente de raza negra, con quienes convivirá escondido en un inaccesible pantano. Cuando los recaudadores del ejército empiezan a esquilmar las granjas de los menos pudientes, Knight reunirá a una compañía de hombres libres y saldrá en su defensa, llegando a poner en jaque guarniciones enteras del que fuera su bando en otra época.
La película, escrita y dirigida por Gary Ross, mezcla con un incierto equilibrio la lucha de clases con los derechos civiles. Prefijando que, de alguna forma, la pobreza equipara a negros y blancos, la aspiración del líder guerrillero es llegar a establecer una forma de Estado igualitaria donde ningún hombre pudiera enriquecerse a costa del trabajo de otro. Su problema, sin embargo, es que pretende hacerlo en una de las zonas más abiertamente racistas del país. Terminada la guerra, según narra el filme, la situación no mejora. Los terratenientes vuelven a la mano de obra forzada —con otro nombre—; el pucherazo asegura que las autoridades locales no se avengan a los aires de cambio, y para apretar las tuercas de los más afines al entonces reformista Partido Republicano el Ku Klux Klan siembra el terror con asesinatos y actos de terrorismo. Hechos que, según se narra, no van a mejor: a través de saltos en el tiempo, el filme viaja hasta mediados del siglo XX para seguir la odisea jurídica de un descendiente de Knight condenado a prisión por haberse casado con una mujer blanca teniendo un octavo de sangre negra.
Se trata de una película con altibajos. Los cambios bruscos de ritmo, así como los saltos en el tiempo, no ayudan a una trama coral que pretende mezclar temas tan diversos como el abolicionismo y la bigamia bajo el parapeto de veracidad que imprime el latiguillo de «inspirada en hechos reales». No obstante, supone un paseo interesante por la historia de Norteamérica, así como una desmitificación consciente de los soldados del uniforme gris que de manera tan romántica y heróica pintaban filmes como Lo que el viento se llevó o Centauros del desierto.