


Estrambótica. No hay quizá mejor palabra para definir la última creación de la pluma del director de moda David O. Russell. Siguiendo la estela formal de sus anteriores largometrajes, el productor, director y guionista se vuelve a juntar con sus actores fetiche para dar vida a Joy, una pieza que navega entre el drama con puntos cómicos y el más procaz esperpento. Porque, realmente, no se puede llegar a clasificar de una manera tajante. Hasta escena musical tiene la película, de hecho.
La historia narra la vida y milagro de una joven de la América profunda en algún momento indeterminado de finales de los ochenta. En su casa malviven su madre, su abuela y sus dos hijos, además de su exmarido y su padre —también divorciado— que acoge en su sótano. A este grupo hay que añadir una hermanastra con la que se lleva abiertamente mal. Joy es, gracias a sus trabajos temporales, prácticamente el único sustento familiar junto al viejo taller de reparaciones mecánicas de su padre, visiblemente venido a menos. Cuando el progenitor conoce a una acaudalada viuda, Joy decide pedirle ayuda económica para emprender un proyecto particular: ha diseñado una fregona que se escurre sola.
El inicio de la actividad comercial propia acarreará a Joy no pocos problemas, tanto derivados de sus necesidades económicas como generados por una aventura comercial catastrófica donde se mezclará el lío de las patentes, la estafa de los proveedores, el caos administrativo de su familia y la inexperiencia generalizada tanto de la protagonista como de todos sus compañeros de viaje. Sólo un productor de televisión se apiadará de la joven y le dará una oportunidad en su programa de teletienda, lo cual sentará la base del que llegará a ser, según nos narra en voz en off su abuela desde el comienzo, todo un emporio comercial. Por supuesto, como no podía ser de otra manera en este tipo de historias, está basada en hecho reales a partir de la vida de la empresaria estadounidense Joy Mangano.
El film de O. Russell juega a ser una revisión del cuento de la Cenicienta sin príncipe azul. La narración, plagada de digresiones y con un guión retorcido hasta el extremo, pretende embelesar al espectador con una poética forzada, un ritmo cambiante y un arco dramático casi ausente en un personaje que ya le ha dado a Jennifer Lawrence su tercer Globo de oro —como es ya casi una costumbre bajo la batuta de este director—.
El filme, que se deja disfrutar, no consigue realmente convencer en su premisa
El filme, que se deja disfrutar, no consigue realmente convencer en su premisa, que se antoja artificial, preparada y, en cierta forma, predecible. Lawrence encarna con acierto a la madre coraje, si bien el resto del reparto parece embutido con calzador en personajes planos, arquetípicos y, probablemente, demasiado mezquinos y egoístas para poder ganarse, aunque sea lejanamente, el apoyo del público.