La semana pasada vivimos una crisis. A lo mejor no se han enterado, pero tuvo su eco en las redes sociales. El motivo: Canal Plus emitió el primer episodio de la cuarta temporada de Juego de Tronos en versión original subtitulada.
Y sí, ése fue el motivo del descontento de muchísimos fans se la ficción que se habían sentado ante su televisor con la intención de disfrutar de su serie favorita. Al llevarse el chasco del doblaje no tardaron en acudir a las redes sociales para mostrar su queja y descontento. Echen un ojo:
Y tienen toda la razón. Sí sí. Dirán lo que quieran —que si la generación más preparada… que si el problema para leer los subtítulos…—, pero estos telespectadores están en su derecho de reclamar lo que, según ellos, están pagando. Primero porque ninguno tiene por qué saber que apenas han pasado 24 horas desde el estreno del mismo episodio en EEUU, y segundo porque no fueron advertidos de que el estreno en cuestión era subtitulado. Han dado bombo al tema en spots y marquesinas, busquen a ver dónde dicen que es en versión original:
Dicho esto, el asunto ha traído a colación una vez más el debate entre quienes están a favor y en contra del doblaje. Y en este tema tengo que posicionarme claramente en contra.
El doblaje es en cine y series lo que echar gaseosa al Rioja en los mejores manteles. Ya, ya. Me dirán que leyendo subtítulos uno no se entera de todo; que si la abuela también tiene derecho a disfrutar de las películas aunque no hable idiomas; que si el doblaje da de comer a muchas personas que en España viven de eso… Y sí. Puede ser. Pero realmente creo que se trata más que nada de un problema de incapacidad aprendida.
Incapacidad aprendida. Sucede en las mejores familias. Cuando nos acostumbramos a que lo hagan todo por nosotros, llega un momento en que pensamos que, simplemente, no seríamos capaces de hacerlo. Por el simple hecho de no intentar hacer cosas nos acomodamos. Llamamos al electricista para cambiar un enchufe, al fontanero para limpiar el filtro de la lavadora, o a nuestro hijo/sobrino/primo/cuñado que «sabe de ordenadores» para mandar un email. Eludimos el esfuerzo bajo la excusa de que no sabemos, y por eso preferimos evitar la lectura en pantalla, aunque se tergiverse prácticamente todo.
[Tweet «No tenemos la tradición de subtitular de otras potencias más avanzadas, como Portugal.»]
Todo. Sí. Porque no es solo que dejemos de oír la voz de tal o cual actor, o que se dé la manifestación demoníaca de que dos personas tengan la misma voz, como Leonardo DiCaprio y Johnny Depp. Es que la adulteración de las obras con el doblaje llega a extremos insospechados. La lógica franquista empleaba esta técnica para modificar o censurar las piezas que no fueran del agrado del régimen. Así, es famoso cómo Humphrey Bogart en Casablanca dejó de decir que había luchado en el bando republicano, o cómo en Mogambo Grace Kelly dejó de ponerle los cuernos a su marido con Clark Gable —a cambio de convertir su matrimonio, mediante el doblaje, en una relación fraternal más incestuosa que la del Lago azul—. En La Condesa Descalza cambiando el número de disparos que se oyen al final dieron al traste con toda la trama de adulterio de la historia. Ya ven. Un disparo menos y ya. Listo. Película nueva.
¿Creen que esto ya no pasa? El otro día, a raíz del debate que surgió sobre el tema, el traductor David Torres (@DavidTorresOrtn) comentaba acerca de una escena de Malditos Bastardos, de 2009, en la que se pasa de doblar el inglés a doblar el francés y de ahí a doblar el alemán, cuando en la versión original se respeta la versión original de estos idiomas. Es decir, si Tarantino in person quiere que su película tenga diálogos en tres idiomas, ¿quién es el artista de turno que manda cambiar esa decisión del productor-guionista-director para ponerlo todo en castellano? Si la han visto, el gag final de la pieza está precisamente en la sutileza del acento con el que Brad Pitt chapurrea el italiano. Bueno, si se la han metido doblada probablemente no hayan pillado el chiste, claro.
[Tweet «El doblaje es en cine y series lo que echar gaseosa al Rioja en los mejores manteles.»]
Michi Huerta (@michihuerta) es más radical y pone el ejemplo de Vicky Cristina Barcelona, de 2008. En esta película una de las premisas básicas es que Cristina, interpretada por Scarlett Johansson, no habla español. De ahí que no se entere de los diálogos en español que mantienen Javier Bardem con su ex en la ficción Penélope Cruz. El problema es que en la versión doblada, para igualar las voces de todos los personajes hablen en el idioma que hablen, decidieron poner un diálogo en labios de la Johansson diciendo que sí, que sí que hablaba español. Miren la comparativa que cuelga por ahí un buen samaritano:
O sea, cambiamos una de las premisas de la historia sólo para que las voces sean las mismas. ¿Quién es el artista invitado que se atreve a modificar un guión del mismísimo Woody Allen en una película que además dirige y produce? El cambio, como habrán podido ver, desmorona por completo infinidad de escenas que se fundamentan precisamente en el conflicto idiomático. ¡Y pensar que la gente pagó con la intención de ver una película de Woody Allen!
Estamos en el siglo XXI. La gente ve la televisión y las series mientras tuitea; los programas en directo incorporan bandas donde los telespectadores mandan mensajes; se fomenta la participación por la vía, precisamente, del mensaje corto… Estamos más acostumbrados que nunca a leer rápido —sin mencionar que se supone que salimos de la ESO hablando inglés y francés very well—. Es cierto que no tenemos la tradición de otras potencias más avanzadas culturalmente, como Portugal, donde llevan décadas viendo las cosas con subtítulos; es cierto que a lo mejor la idea de prohibirlo, como proponían recientemente Toni Cantó o Carlos Saura, es quizá demasiado drástica; es verdad que iría menos gente a ver cine… extranjero. Pero a largo plazo no traería sino ventajas. Piénselo. Imagine que sus hijos crecen en un entorno donde se oyen diferentes lenguas, o donde se prefiera el cine español al foráneo.
Aunque la tradición nos ha indicado que para lograr cambios reales hay que imponer, en ocasiones, medidas de discriminación positiva, soy partidario de una vía intermedia. Que la opción de ver la versión original conviva con la doblada y que el usuario elija, claro. Pero que se dé la opción en todos los ámbitos: estrenos en sala doblados y subtitulados —¿no amamos el cine? pues pongamos también las obras sin adulterar y con el consiguiente descuento deducido de los gastos de doblaje, of course—; películas subtituladas en TVE con subtítulos QUE FUNCIONEN, etc. Ya… ya sé que es imposible. Que no reportaría suficientes beneficios, ni siquiera para TVE.
Por ello me parece muy loable la política de Canal Plus de estrenar Juego de Tronos en VOSE y luego volver a poner los episodios doblados —a partir del día 15—. Eso sí, que lo adviertan antes.♦