


Almodóvar tiene el don de hacer que sus películas resuenen en los medios con más fuerza quizá que otros directores patrios. No en vano es todo un veterano, un referente y, resulta innegable, un genio en su estilo particular. Ahora bien, igualmente resulta innegable que sus éxitos son equiparables en número a sus fracasos, y que la percepción de sus obras no suele dejar espacio entre las críticas para los términos medios: o se aman o se odian. No podría ser de otra manera, probablemente, tratándose del creador de un cine igualmente visceral.
En la víspera de un viaje a Portugal que, según parece, supone un punto y aparte en su vida, Julieta se topa por la calle con la mejor amiga de la infancia de su hija. Ésta le comenta, casi de forma casual, que se ha encontrado recientemente con la que fuera su amiga en el lago Como, en Italia. De forma espontánea y buscando la complicidad de la madre, la amiga apunta cómo le ha sorprendido el reencuentro y descubrir, además, que su vieja compañera de correrías de niñez está casada y tiene tres hijos. Julieta sonríe con cierta indiferencia y la amiga se aleja con otra sonrisa. Ella no lo sabe, pero ha dejado a Julieta completamente devastada. Es la primera noticia que tiene de su hija en más de una década. Sin pensarlo, cancela el viaje a Portugal y se encierra en el que fuera su antiguo edificio para escribir en un cuaderno la historia de amor y muerte que terminó por separar a madre e hija mientras espera en silencio una nueva noticia, una carta, una señal que la acerque a ella.
Con esta premisa el director manchego lleva al espectador de la mano de la protagonista en un flashback narrado en voz en off y dibujado, según se presupone, desde la subjetiva percepción de una madre rota. Vemos así el encuentro con el marino Xoan en un tren y cómo allí mismo se enamoran y conciben a la pequeña; acompañamos a Julieta en su viaje de juventud en pos de su amor y somos testigos de la tragedia cuando Xoan muere en la mar a causa mitad del clima mitad de una discusión con su esposa. La culpa, la pérdida y la desolación marcarán la vida de Julieta y su progenie hasta el punto de preguntarse si no debió nunca subirse a aquel tren.
Con una esmeradísima y cuidada factura visual tendente —como viene siendo ya costumbre en las piezas del manchego— al colorido sin medias tintas, Julieta se desglosa en un dramón que a ratos parece impostado y artificial. No terminan de cuajar sus personajes, ni sus acciones ni mucho menos sus emociones, si acaso tan exageradas como la sucesión de casualidades que llevan a Julieta a la triste realidad de encontrar el amor funeral tras funeral. No es —muchos opinan diferente— la mejor película de Almodóvar. Pero hay que ir verla. Al fin y al cabo… es de Almodóvar.