La primera película de la saga Jurassic Park, como es habitual en Spielberg, trataba sobre la paternidad. Su primera secuencia tras el prólogo muestra a un hombre asustando a un niño; la última, el mismo hombre con dos adolescentes dormidos entre sus brazos. Los dinosaurios y tal, en realidad, son lo de menos. De hecho, da igual si son dinosaurios o cualquier otra amenaza natural que pueda romper la estructura pseudofamiliar que se forja en la confinada Isla Nublar. Como si son hormigas carnívoras. El resultado habría sido el mismo.



En la última entrega de la saga, como viene siendo costumbre, tratan de homenajear a la primera. De hecho, los protagonistas de la primera, que ya peinan canas, aparecen hasta en el cartel. Y, como parte del homenaje, parece que también han querido recuperar esa premisa no escrita de la obra original: los dinosaurios, en esta, tampoco importan un pimiento.
De hecho, más que dinosaurios, el gran problema al que se enfrentan los protagonistas son los insectos, la crisis alimentaria, el cambio climático y, por supuesto, un empresario megalómano y mafioso que tiene engañada a toda la humanidad con sus perversos planes de dominación genética. El malo es tan malo que, incluso, opta por secuestrar niños antes que acercarse a saludar y explicar los motivos de sus actos bienintencionados.
Así, la película dirigida por Colin Trevorrow lo tiene todo. Es aventura, comedia, western, drama, terror, thriller de espionaje, crítica social y, por supuesto, ciencia ficción. Hay disparos, transmisores ocultos en pinganillos, agentes infiltrados, extorsiones y hasta femmes fatales.
El gran problema de Jurassic World: Dominion es que no tiene lo que tenía la primera: relaciones humanas realistas y emocionales. Por mucho que se esfuercen por introducir con calzador una trama familiar en el asunto, la realidad es que no hay forma. Suena a postizo. A excusa narrativa para el CGI.
Porque de eso sí que hay, y en abundancia. Los dinosaurios pesarán poco en la trama, pero los hay de todas las formas y pelajes —literalmente—. Y además están en una tesitura nunca antes vista: conviviendo con la fauna terrestre en total armonía. Incluso con los seres humanos, a los que solo devoran en segundo plano o en off.
Por ello, el principal motivo para acudir a la sala quizá sea el de poder disfrutar de un cierre de narrativa por todo lo alto, con persecuciones, mordiscos, aleteos de pterosaurios o rugidos del gran Rex. Pues, al fin y al cabo, es un sinsentido esperar a ver la inmensidad de los dinosaurios en una pantalla pequeña.