


Dicen los expertos que en los Estados Unidos adoptaron el nombre de sus aliados durante la Guerra de Independencia para referirse al destilado que se inventaron a partir del maíz. Así, gracias a los «pactos de familia», los rebeldes se emanciparon al tiempo que introducían el apellido Borbón en todos los tugurios al Este del río Misisipi para designar aquella bebida que apenas distaba un ápice en sabor del whisky escocés —elaborado con cebada malteada— que bebían sus contrincantes. La diferencia, de hecho, es tan sutil al paladar que incluso los agentes de Kingsman caen en el engaño cuando, sumidos en la mayor de las pesadumbres, acuden a la botella de emergencia. Esto último no es una figura retórica.
Kingsman, la agencia de espionaje afincada en Londres —bajo la tapadera de una elitista sastrería— ha quedado destruida por completo y casi todos sus agentes han sido asesinados. Solo Eggsy Unwin, el precoz espía de la anterior entrega, y el técnico Merlin, logran sobrevivir. Desesperados, deciden seguir el protocolo de crisis, que consiste en acudir al contenido oculto de una cámara secreta. Sin embargo, allí solo encuentran una botella de bourbon y hasta que no se la han bebido por completo no se percatan de que no es sino el nombre en clave de otra agencia secreta, como ellos mismos, pero ubicada en terreno norteamericano: Statesman. Su salvación.
Trazada con el tono gamberro de la anterior, y marcada por una suculenta colección de escenas de violencia cartoon filmadas con cámara imposible y música pop, la segunda entrega de la saga comiquera es quizá más irreverente que su predecesora, llegando al punto de resultar incluso parodia, no ya de las películas de James Bond de las que tanto bebe, sino de sí misma. Y esto supone un problema.
El magnífico plantel de secundarios se desdibuja en una trama poco interesada en giros y motivaciones y más centrada en la pirotecnia de tarjeta gráfica, el absurdo de las misiones —se lleva la palma la que obliga al protagonista a «plantar» un chip localizador en el interior de la vagina de una de las villanas—, lo banal de las reivindicaciones políticas y, especialmente y por encima de todo, Elton John. Y esto tampoco es una figura retórica. Sir Elton John, el famoso cantante de éxitos como Your Song, Rocket Man o Cocodrile Rock, tiene un cameo en el filme que termina convirtiéndose en todo un puntal narrativo al que se acude desde la autoparodia torticera.
Con todo, no decepcionará a los fans de las salpicaduras de sangre, las armas potentes y el rastro elitista, alcohólico y misógino del 007 previo a la llegada de Mr. Craig, cuando no se lo tomaban todo tan en serio.