


Nos hemos acostumbrado mal. Desde hace tiempo el género de terror parece haberse convertido en una sucesión más o menos inconexa de sobresaltos musicales y apariciones horripilantes desde el fuera de campo. Inmersos en esa estela, da la impresión de que nos hemos hecho el paladar a esa forma —chabacana, no lo neguemos— de dejarnos impresionar. ¡Buh!, y saltos en el asiento, pero poco más. Se podría incluso afirmar que hasta somos ya capaces de prever el instante en que el monstruo/fantasma/asesino va a hacer su entrada de sopetón para acelerarnos las pulsaciones. No obstante, esta no fue siempre la dinámica, y ahora ha llegado a las salas La Bruja para recordárnoslo.
Ambientada en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, La Bruja nos sumerge sin sobresaltos en una atmósfera irrespirable. Una familia de colonos se exilia del poblado por cuestiones de fe y se traslada a vivir en medio del bosque. Todo parece normal hasta que una bruja rapta al bebé de la familia y lo emplea con malas artes para convocar al Diablo. Éste, con una forma corpórea, empezará a atosigar a los exiliados valiéndose para ello de su propia hipocresía: mientras se flagelan a diario en entrega religiosa, el pecado se pone de manifiesto de manera constante a través de la mentira. La hija mayor será la única capaz de vislumbrar la realidad de lo que está sucediendo, y se verá en la tesitura de rebelarse o aceptar lo que el plan del Maligno tiene reservado para ella.
Con una fotografía y una banda sonora francamente inquietantes, la película se aleja del canon de cine de terror de nuestros tiempos para traer el sabor del horror de otras épocas. No sólo no hay sustos de barracón de feria, el director y guionista afirma haberse documentado en los relatos originales —algunos en forma de actas judiciales— de la época para plasmar una historia que aterroriza desde lo más profundo, inquietando a un espectador más alucinado a cada minuto.
Quien vaya engañado por los trailers buscando un terror de los de sobresalto y golpe musical va a quedar decepcionado
Sin embargo, lo que resulta más llamativo de todo es la imparcialidad que denota la narración. No hay una lectura moral; no se aprecia una crítica social ni se busca hacer ningún tipo de juicio de valor ni sobre el fanatismo opresivo ni tampoco sobre la brujería. De hecho, casi resulta justo lo contrario: el filme plantea, en resumidas cuentas, la condenación como un acto de liberación femenina más que como lo contrario; casi como una recompensa hacia una chica que, en el fondo, es la única de toda su congregación que realmente parece estar libre de pecado.
Eso sí, quien vaya engañado por los trailers buscando un terror de los de sobresalto y golpe musical va a quedar decepcionado. Lo que plantea La Bruja es un terror mucho más fino que eso.