


El vocablo inglés room tiene un doble significado. Por un lado hace referencia a la habitación como parte habitable de una casa —de ahí toma la traducción el título español de la última película del irlandés Lenny Abrahamson—. Por otro lado, en un tono más general, la palabra hace referencia al espacio en sí; a la extensión de realidad susceptible de ser ocupada. Y ahí reside, quizá, el sentido profundo de la propia película: no es tanto el hueco mesurable, finito y racional donde se desarrolla la obra como la alusión a otro tipo de espacio, más inefable, construido a partir del vínculo emocional más fuerte que puede existir.
Secuestrada siendo adolescente, Joy ha pasado los últimos siete años recluida como esclava sexual en una caseta de jardín. Fruto de las continuas violaciones ha nacido Jack, una criatura que no conoce otra realidad que el interior de la caseta donde vive los primeros cinco años de su vida. Durante el cautiverio su madre ha tratado de perpetuar la inocencia del niño alejando de él todo el horror cotidiano en la medida en que un espacio de cuatro por cuatro le ha permitido. Pero la situación no puede sostenerse más, y Joy opta por una medida desesperada para liberar al menos al niño. No se puede imaginar que el mundo exterior pueda resultar incluso más opresivo.
La sencillez estructural del filme, dividido en dos segmentos claramente delimitados, apuntala una estructura dramática cuya fuerza resulta desgarradora. Durante los instantes en que madre e hijo conviven en el reducido espacio el conflicto es exterior: las visitas regulares del violador, el paso de las estaciones a través de la claraboya, la dificultad para diferenciar qué es real y qué no lo es desde la entrecortada señal que les llega a la televisión o el roedor que vive al otro lado de la pared, en ese lugar indefinido que el pequeño conoce como «espacio exterior»… En el momento en que salen del cautiverio, el conflicto se interioriza: el miedo a las otras personas, el rechazo del abuelo que no quiere reconocer a su nieto, el sentimiento de culpa por no haber abandonado al niño para darle la oportunidad de vivir una vida normal…
En el momento en que salen del cautiverio, el conflicto se interioriza
Narrada desde la perspectiva naif e inocente del pequeño, la película se asienta sobre las interpretaciones de una soberbia Brie Larson —un Óscar merecido— y muy especialmente de Jacob Tremblay, niño prodigio que al tiempo es capaz de transmitir el miedo, la madurez y la sorpresa ante el descubrimiento de todo un mundo nuevo. Aun cruda y desagradable por momentos, el optimismo que transmite invita a valorar las cuestiones cotidianas desde otra perspectiva. Definitivamente una película indispensable.