Evie es una chica de clase media baja. Huérfana reciente, trabaja como camarera de eventos mientras trata de desarrollar a duras penas su vocación de ceramista. Aprovechando el regalo sobrante de un congreso donde ha trabajado, Evie accede a un servicio que realiza búsquedas de parentesco a través del ADN. El proceso es más sencillo de lo que parece: tan solo tiene que enviar una muestra de saliva y, en pocas semanas, recibe un mensaje con los posibles parientes lejanos que el servicio tiene registrados. Para su sorpresa, el sistema le devuelve un parentesco inesperado: resulta ser la descendiente perdida de una familia de alta alcurnia inglesa.



Un café con su nuevo primo lejano la saca de dudas. Su tatarabuela tuvo un romance con un miembro del servicio que originó una descendencia ilegítima de raza mezclada. El escándalo en la época fue notorio, y el padre optó por poner tierra de por medio huyendo a los Estados Unidos con su linaje. No obstante, los tiempos han cambiado y ahora la familia está encantada con la nueva integrante. De hecho, la invitan a una boda que van a celebrar próximamente, con todos los gastos pagados, para poder conocerla.
Evie accede. La boda resulta ser, además de altos vuelos, la unión entre dos antiguas familias de rancio abolengo y potente economía. Para facilitar su estancia, en vez de trasladarla a un hotel o de acogerla en la casa familiar, el patriarca del contrayente la aloja en su mansión, que es donde va a celebrarse el enlace. Este hombre resulta ser, además, joven, atento, atractivo y millonario. Y nada más ver a Evie parece que se siente atraído por ella. Miel sobre hojuelas.
Solo parece haber un inconveniente en este cuento de hadas: son vampiros, y quieren algo de ella. Quizá con esto esté ya todo dicho. El servicio de catering contratado para celebrar el enlace poco a poco va desapareciendo por los rincones de la mansión y sus bodegas; Evie empieza a notar situaciones extrañas con sus nuevas primas, que tienen actitudes demasiado “europeas” para su gusto; el millonario guapo solo va a verla cuando ha caído la noche…
La película fulmina en su tercer acto toda la intriga que ha sembrado previamente cayendo en un cliché que roza la parodia involuntaria. El terror es chabacano y, por momentos, casi cómico. Y ahí es quizá donde reside su encanto, en la disposición kisch de largos colmillos, acentos muy marcados, risas malévolas y ceremonias nupciales con sacrificios sanguinolentos. El baile de los vampiros. Horror friki.