Escribo después de que La Isla Mínima se haya llevado una decena de premios en los Goya de anoche. No me negarán que no tiene mérito. No lo de ganar los Goyas, que también, sino lo de escribir el artículo después de semejante gala interminable. Hasta cerca de las dos de la madrugada estuvimos ahí liados, sufriendo… En fin, pero este post pretende ir sobre la película.
Con respecto a La Isla Mínima tengo sentimientos encontrados. Por un lado, me parece un peliculón de los que merece la pena volver a ver en pantalla grande, si tienen ocasión, ahora que probablemente se vuelva a exhibir. Aprovechen. Se lo digo en serio. Es una fantástica producción. Por otro lado, no obstante, debo confesar que me dejó frío. Sobre todo al final, y ahí es donde voy a tratar de andar con pies de plomo para no fastidiarles nada, porque quiero que la vean. Intentaré explicarme sin caer en el spoiler.
La Isla Mínima trata de la investigación de dos asesinatos en la Andalucía de los ochenta, pero en realidad no va de eso. Discúlpenme. Es tarde y ha sido larga la gala. En realidad La Isla Mínima habla de la Transición, de la llegada de la democracia y, muy especialmente, del cerrar las heridas con cal y enterrar a los muertos sin duelo. Vean la película y me terminarán de entender. O eso espero.
La película se cimenta, como tantas otras, sobre el tema de la violencia contra las mujeres
La producción, excelente; la interpretación, magnífica; la fotografía, inmejorable y la puesta en escena realmente soberbia. Por encima de todo, una atmósfera asfixiante, densa y nociva. ¿Las trabas? El guión, tramposo, y el final descafeinado, más preocupado por la metáfora que por cerrar la historia; más interesado en las fotos del pasado que en los asesinos del presente. Giro poético, si quieren, hacia el sentido último que pretende transmitir la narración, pero injusto, en cualquier caso, consigo misma y con el espectador.
Consigo misma, en primer lugar, porque su final no hace sino olvidar el motivo que sostiene toda la trama: el asesinato de dos niñas. La película se cimenta, como tantas otras, sobre el tema de la violencia contra las mujeres y dos Perseos que tratan de vengar haciendo justicia. Gravoso, si me insisten, el deje macabro de la propuesta: la violencia contra las niñas no tiene más motivación que la sexual —Alcácer, y no necesito decirles más—; injusto, si me perdonan, que la trama pase a un segundo plano a partir del tercer acto para recaer en la poco sutil metáfora de lo que se enterró del franquismo al pavimentar las carreteras de la democracia.
No puedo… bueno, realmente no quiero destriparles más. Vayan a verla.
Injusto con el espectador, en segundo lugar, porque la historia sugiere más que presenta; enturbia más que aclara. Viendo La Isla Mínima tuve la impresión de no saber quién era quién; de no comprender qué estaban haciendo con cada cual. Se la ha comparado mucho con True Detective y con razón: al igual que la serie, la película se salva por la atmósfera y el final flojea lo que no está escrito. ¿Importa? Tal vez no si les ha interesado la metáfora del pavimento; si son ustedes de la generación posterior a las olimpiadas probablemente echen en falta algo. No puedo… bueno, realmente no quiero destriparles más. Vayan a verla.
En serio. Vayan. Lo merece. Fíjense, si les da tiempo, en qué mano lleva cada personaje el reloj. Calculen, si pueden, el juego de los espejos. No tengan demasiado en cuenta la subtrama del hotel, que es un poco para confundir, como lo de orinar sangre; ni piensen demasiado en la lógica de los pueblos pequeños. El cuento de la droga es un deux en machina, pero está tan bien presentado que entra sin problemas. Traten de ignorar que las muertas no tengan cara o, más bien, que dejen de tenerla conforme se van olvidando de ellas. Y, sobre todo, disfruten del salitre que flota en el aire; del dolor contenido de magníficos actores; del realismo sutil de un acento trabajado y déjense llevar por los flamencos entre los barros de la marisma del Guadalquivir que, según parece, es tan misteriosa como los pantanos de Luisiana.
Un artículo genial, Jean. Como siempre, claro. Y muy buena guía para seguir la película.
Gracias por leer, Manuel. Un abrazo.