


Cuando las adolescentes Susana y María se escapan del campamento donde están pasando el verano para ir a un concierto de Juan Magán, ambas tienen sendos encuentros que presentan visos de implicar en el medio y largo plazo un cambio trascendental en sus vidas. La primera de ellas conoce, en una discoteca y entre drogas de diseño, a un productor musical que parece interesado en escuchar el proyecto de las jóvenes: una agrupación de electro-latino cuyo primer hit se titula «Lo hacemos y ya vemos». A la segunda, por su parte, se le aparece por las noches Dios cantando temas de Whitney Houston.
La confusión inicial pilla por sorpresa a Sor Bernarda y la hermana Milagros. Ellas son las únicas monjas que han permanecido en el campamento como responsables del castigo que han impuesto a las menores —a las que han dejado sin fin de semana de diversión en un pantano cercano—. Milagros, más transigente con las niñas díscolas que la superiora, está dispuesta a colaborar con ellas para que logren reunirse de nuevo en secreto con el productor. Al fin y al cabo ella misma también tuvo en su juventud la vocación musical y lo de la visión divina no ha llegado a sus oídos pues María lo lleva en secreto. No obstante, una vez que la joven se sincera, será Sor Bernarda quien atienda al suceso místico desde una perspectiva quizá demasiado bíblica.
Adaptación cinematográfica de la obra de teatro homónima que lleva ya tres temporadas en escena, La Llamada se perfila como una comedia fresca, vivaracha y que apenas roza lo irreverente. Sus puntos fuertes, además de una trama descarada cuyos instantes kisch sólo se justifican en el universo de la parodia —Dios personificado en un hombre de mediana edad al pie de una escalinata contoneándose en un traje azul de lentejuelas—, son sin duda las potentes interpretaciones de las cuatro protagonistas y la naturalidad de unos diálogos que, pese a lo exagerado de la propuesta, suenan realistas a la par que desternillantes.
El punto flaco, no obstante, es la pretendida superficialidad de la pieza. Si bien se apuntan cuestiones de calado —vocación religiosa, sexualidad, adolescencia conflictiva…—, el filme no se detiene realmente en explorar ninguna de ellas, probablemente para asegurar cierta inocuidad que no termine ofendiendo a nadie. Y tal vez ahí resida el secreto del enorme éxito que ha cosechado en su primer fin de semana en cartel. La película seduce, divierte y entretiene. Los instantes musicales están bien planteados dentro de la trama y no abruman ni interrumpen, dejando aire a la solvente interpretación de las actrices que son capaces de llenar ellas solas la pantalla. Muy recomendable.