


Y de pronto un día nos abrieron de par en par las puertas y las ventanas, y la corriente que entró nos sacudió el polvo de años con un ímpetu imparable, haciéndonos conscientes, más que de otra cosa, de la roña que teníamos encima. La Mantis es una serie de producción francesa que podemos ver gracias a ese balcón abierto de par en par que ha supuesto Netflix. Se trata solo de seis episodios para una temporada cerrada, pues los franceses, que inventaron el cine, saben perfectamente que es mejor hacer un producto digno que estirar los presupuestos hasta donde no se puede llegar. Y, efectivamente, se trata de un trabajo digno, con una factura visual más que destacable; con un tono y ritmos bien engarzados en la trama; con una interpretación preñada de sutilezas y una tensión que invita episodio tras episodio a devorar el siguiente. Pero, sin embargo, no por ello es una serie perfecta. De hecho, peca en la exageración; cae en una solución enrevesada; adula a sus referentes con vehemencia y exhibe sus trampas sin sonrojo. Pero es digna, y al final eso es lo importante.
La obra, firmada por los guionistas Alice Chegaray-Breugnot, Grégoire Demaison, Nicolas Jean y Laurent Vivier, arranca con una premisa inmejorable para los forofos del thriller. Un imitador está copiando al detalle los crímenes de la asesina Jeanne Deber, conocida como «La Mantis», que lleva más de veinticinco años en prisión. Los gendarmes están desconcertados pues, entre otras cosas, parece que el imitador conoce detalles nunca publicados de los truculentos escenarios de los crímenes de La Mantis, pues los recrea a la perfección. Por ello, deciden pedirle ayuda directamente a la villana con la esperanza de que ella misma, desde la prisión, pueda guiarles hacia quien imita sus elaborados asesinatos contra hombres. Y la villana acepta, pero con una complicada condición: quiere que el policía al mando de la investigación sea su hijo, que es del cuerpo. El problema es que su hijo la repudió en su adolescencia y no ha vuelto a hablar con ella desde que fue capturada.
Hay mucho de El Silencio de los Corderos, entre otros referentes a menudo maltratados por el ansia de los realizadores
La trama se desenvuelve, por tanto, en tres niveles distintos. Por un lado, la clásica captura del asesino serial que va aumentando su colección de cadáveres masculinos en cada episodio. Por otro, la entereza física y psicológica del joven policía, que advierte como el caso hace mella en su estabilidad conyugal y, por último, en el conflicto entre él mismo y La Mantis, a quien detesta, y que sin embargo no es más que una madre que ansía sobre todas las cosas recuperar a su hijo y que se lleva, no cabe duda, el aplauso a la interpretación de Carole Bouquet.
Hay mucho de El Silencio de los Corderos, entre otros referentes a menudo maltratados por el ansia de los realizadores; hay muchas ganas de querer rizar el rizo más de lo aconsejable, y el final se torna una sorpresa de esas que solo se sostienen sobre un esfuerzo ímprobo de ingenuidad por parte de los espectadores. Pero es disfrutable; está retratada con cariño hacia la estética y con un pensado manejo del lenguaje; sabe sembrar la intriga a fuego lento entre unos episodios y otros, y supone una vez más un ejemplo contundente y rotundo de las cosas que se hacen por ahí mientras nosotros seguimos sin sacudirnos el polvo.