


Los clásicos que encuentran en la trama del David contra Goliat su razón de ser son muchos y, en su mayoría, nada originales. Como en un Alemania-Camerún, la empatía de los espectadores por el rival más débil supone el pilar más fuerte sobre el que construir la historia y ésta, normalmente, suena a menudo a ya narrada. La verdad duele no se escapa de esta lacra, ni tampoco parece combatirla: se trata de un filme correcto en lo formal pero aséptico en lo temático. Todos sabemos cómo va a acabar, especialmente cuando el personaje que mayor dramatismo podría aportar al relato (el interpretado por Alec Baldwin) se sube al carro de la causa del protagonista sin arrojar un solo instante de contrapunto conflictivo, de conciencia o de resquicio moral.
El Dr. Bennet Omalu (Will Smith) es un neuropatólogo forense de origen africano que tiene la extraña costumbre de hablarle a los cadáveres antes de proceder con las autopsias. Cada día en su trabajo se enfunda su mascarilla, se coloca sus cascos y, mientras escucha música, hurga con instrumental desechable en las cavidades de los muertos con el afán de descubrir la causa del fallecimiento. Su especialidad, el cerebro.
Nacido en Nigeria, desarrolla una fulgurante carrera plagada de títulos, postgrados y másters que lo convierten en una figura respetable en el país que le acoge con su visa de trabajo. La mayor aspiración en su vida es llegar a convertirse en un buen estadounidense, y por ello se esfuerza en parecerlo. Por eso cuando el cuerpo sin vida de una estrella local de fútbol americano aterriza en su mesa de operaciones su sueño se ve desbaratado por completo. Porque Omalu no sólo descubre la causa de la muerte del paciente; descubre que este deporte, símbolo donde los haya de la cultura norteamericana, además de violento es perjudicial para la salud.
El desarrollo se vuelve anodino, casi como un reportaje periodístico contado sin pasión
Inmediatamente desacreditado por la Federación de Fútbol Americano, Omalu encontrará en los señores del negocio un enemigo a batir. Ellos tienen de su parte a las autoridades y opinión pública, que se niega a creer que uno de los pilares nacionales pueda ser tan nocivo; él no tiene de la suya más que la evidencia científica de una verdad dolorosa para los fans, que se cuentan por millones.
La dirección y el guión se hacen parcos y, en ocasiones, incluso aburridos. La interpretación de Smith es solvente en lo suyo, si bien no deja de recordar a sus otros papeles en clave baja, cuando es, por ejemplo, el esforzado padre de En busca de la felicidad. El desarrollo se vuelve anodino por momentos, casi como un reportaje periodístico contado sin la pasión o el thriller de otras historias semejantes como El Dilema o Erin Brockovich. No encandila, pero al menos entretiene.