


Una joven se encuentra un buen día con un bolso abandonado en el laberíntico metro de Nueva York. Le extraña, pues se trata de un bolso que parece de calidad, incluso de diseño vintage. Explora su interior y encuentra, además de un monedero con algo de dinero y algunos enseres, el carnet de identidad de la que parece ser la propietaria: Greta, una mujer que en torno a 65 años y de ascendencia francesa. Junto al carnet hay unas pastillas. La joven, a pesar de las recomendaciones de su compañera de piso, no duda en acercarse a la dirección que ha visto en la identificación con la idea de devolver el bolso a su legítima dueña. Allí conoce a una encantadora viuda que vive sola y añora a su hija, que estudia en el extranjero, tanto como la propia protagonista añora a su madre recientemente fallecida. Conectan de inmediato y, casi sin querer, comienzan una amistad compartida en paseos por el parque con un recién rescatado perro, charlas con café y cenas caseras. Sin embargo, poco a poco la amistad empieza a convertirse en una obsesión para Greta, que de la noche a la mañana se dedica a acosar y a controlar la vida de la joven de una forma preocupante. Cuando la muchacha descubre en uno de los aparadores de su vetusta casa una colección de bolsos, todos iguales, todos con el mismo carnet y las mismas pastillas a medio tomar, la protagonista se da cuenta de que su nueva amiga es una psicópata peligrosa que se dedica a plantar bolsos perdidos por el metro a la caza de jóvenes bienintencionadas. Pero ya será tarde.
El film deriva en su último tercio hacia un terreno artificioso y extravagante.
Dejando aparte las referencias a los cuentos infantiles de la bruja con su casa de paredes de chocolate, la película de Neil Jordan tiene el aire antiguo de los thrillers de psicópatas de los años noventa. El espectador juega con la ventaja informativa desde prácticamente el comienzo del relato y, por instantes, sufre en sus carnes el acoso que vive la protagonista de la historia y la sensación de impotencia —Greta, sencillamente, se dedica a observarla desde el otro lado de la calle sin que la policía pueda, en rigor, hacer nada por evitarlo—.
No obstante, el film deriva en su último tercio hacia un terreno artificioso y extravagante. Los personajes de pronto exageran sus acciones hasta rozar el ridículo o lo paródico —el «bailecito de matar» de Greta descoloca bastante al espectador—, y lo que había sido un thriller psicológico bien llevado se pierde en una sucesión de acontecimientos injustificados que desembocan en un final bastante predecible.
Pese a todo, el conjunto hace de la película una pieza interesante con una trama que logra generar inquietud, malestar y hasta terror.