


Tras varios milenios enterrado bajo el desierto de Mesopotamia, el sepulcro de la princesa egipcia Ahmanet vuelve a la superficie cuando el buscador de tesoros Nick Morton aprovecha la barbarie de la guerra de Irak para recuperar piezas de incalculable valor. Sepultada en vida como castigo por su parricidio, la princesa, fruto de su pacto con el dios de la Muerte, vuelve a la vida con el fin de cumplir el último estadio del rito que estaba destinado a traer a éste a la vida. Para ello precisa de un receptáculo humano y ella ha puesto sus cuatro ojos en el hombre que la liberó de su cautiverio.
No obstante, una agrupación secreta de arqueólogos liderada por el misterioso Doctor Jekyll se interpondrá en su camino con el fin de impedir que el demonio termine completando su forma humana y, si es posible, que el personaje interpretado por Tom Cruise no muera en el trance —aunque, según se plantea el asunto, esto parece bastante complicado—.
Si bien se trata del enésimo remake de un clásico cinematográfico, esta nueva entrega de La Momia trae consigo otra novedad aparte de tener como villana a una mujer —algo que ya había sucedido en otras ocasiones, como en la versión de la Hammer de 1971—: se trata de la película inaugural de un nuevo «universo» cinematográfico de películas enlazadas al estilo de las sagas nacidas al amparo de Marvel, DC o Harry Potter. Lo curioso en esta ocasión es que el universo en sí probablemente hunda sus raíces más allá que cualquier otra saga comiquera o literaria, pues se trata precisamente del revival de los monstruos que popularizara los Estudios Universal en el primer tercio del siglo pasado.
El filme, sin embargo, se aleja de la calidad naive de sus precedentes. Embarullado por la sobredosis de CGI, el parco argumento es repetido y explicado una y otra vez de viva voz mientras que el protagonista —un Tom Cruise tan embalsamado digitalmente como su enemiga en la ficción— intenta aparentar a sus cincuenta y cuatro años los andares y diatribas amorosas de un treintañero. Resulta curioso, cuanto menos, ver a Russel Crowe —que es un par de años más joven— interpretando a alguien supuestamente mucho mayor que el protagonista en la ficción.
Sin embargo, a pesar de todo, no hay que olvidar la finalidad lúdica que motiva el filme y sus previsibles continuaciones. El tono cómico-aventurero de la premisa, así como los guiños a la saga anterior protagonizada por Brendan Fraser, harán que el público no sólo encuentre en la saga lo que está buscando sino que, además, pase un rato entretenido.