Un matrimonio sin hijos cría ovejas en lo alto de un cerro islandés, apartados de toda civilización. Un día, una de las ovejas pare un híbrido: una criatura mitad oveja mitad humana. El matrimonio la adopta como si fuera suya, y la trata como a una humana. La criatura, no obstante, tiene cabeza y extremidades de cordero, y no habla. Pese a ello, sus padres adoptivos la visten con ropa de niña y la acunan como si fuera su hija nonata.



El hermano del padre llega de visita y se encuentra el panorama. Inseguro de lo que está ante sus ojos, no sabe bien cómo tratar a su sobrina. Su desconfianza será el primer elemento perturbador de la bucólica estampa animalista. Por otro lado, para añadir más conflicto al asunto, la madre biológica de la criatura se escapa del establo y trata de reclamar a su retoño con balidos lastimeros al pie de la ventana donde está la cuna. Balidos que enervan a la madre humana hasta el punto de hacerla tomar decisiones drásticas.
Porque, ¿hasta dónde podría llegar el deseo de maternidad? La película de Valdimar Jóhannsson presenta elementos de interés que van más allá de lo exótico de su propuesta. En primer lugar, la fotografía que enmarca toda la obra, cargada de hermosos paisajes agrestes y salvajes, nevados y abiertos a un Sol perpetuo —en verano el día dura casi 24 horas—, parece sacada de una pinacoteca. En segundo lugar, la interpretación de la protagonista Noomi Rapace, sueca que se atreve con cualquier idioma que se tercie y que defiende el rol en islandés, aportando una ambigüedad inquietante. Y, en tercer lugar, la propia niña-cordero, Ada que, sin decir palabra, logra transmitir la indefensión y el conflicto interno de quien no sabe a qué mundo pertenece precisamente en esa edad en la que se forjan los primeros fundamentos de la identidad.
Más problemático resulta el guion. Estructurada en varios capítulos, la obra se ve obligada a meter conflictos artificiales que se resuelven por sí mismos para mantener la tensión en una historia que, en realidad, carece por completo de ella. Solo al final, cuando la naturaleza interviene para reclamar lo que es suyo, la obra alcanza un nivel mayor, pero durante gran parte del metraje la dinámica se centra más en el conflicto relacional de las tres personas y el triángulo amoroso que existe entre la madre y los dos hermanos.
Pese a esto, se trata de una película que no carece de interés, aunque sea solo por lo original de su planteamiento y por el trasfondo religioso que resuena durante todo el relato, y que le confiere a la obra una trascendencia que va más allá de lo procedimental de su estructura. Merece la pena el visionado, aunque sea solo por el debate posterior que, sin duda, terminará generando.