


A menudo, cuando se crece, se tienden a olvidar algunos detalles de la infancia. Otros, en cambio, permanecen en la memoria de forma indefinida y hasta configuran el carácter y la forma de ser de los adultos. La niñez es un momento de cambios que está salpicado de instantes de extrema felicidad en conjunción con momentos de desgarradora crudeza. Crudeza que se acentúa si eres una niña de madre soltera, vives en la España de inicios de los noventa y estudias en un colegio de monjas.
Celia se levanta por la mañana para ir al colegio. Se arregla ella sola y se trenza el pelo como buenamente puede. Su madre está demasiado ocupada y demasiado ausente para ayudarla, preparándose para ir a trabajar. A Celia parece no importarle, pero no puede reprimir una mirada de envidia cuando llega a su clase y ve los maravillosos peinados de sus compañeras: unas con trencitas, otras con lacitos… Primer golpe.
El aula de infantil de un colegio de monjas femenino puede ser el lugar más opresivo del mundo. En especial siendo huérfana de padre, como le han dicho a Celia que es ella. La maestra de música está preparando un recital donde tienen que cantar todas las niñas. Bueno, todas no. A algunas les pide que no canten, que mejor solo muevan la boca, no vayan a estropear el recital. Entre las silentes, por supuesto, está Celia. Segundo golpe.
El debut de la realizador Pilar Palomero, que también firma el guion de Las Niñas, no puede ser más exitoso.
Una chica nueva llega a clase. Es guapa. Tiene los ojos azules, y además viene de Barcelona. Escucha grupos modernos y parece mayor para su edad. De hecho, su cuerpo está más desarrollado: ya usa sujetador. Se hace amiga de Celia y, poco a poco, le va abriendo un mundo nuevo. Pintalabios, colorete, el primer cigarro, el primer paseo en moto abrazada a un chico… Y con este mundo, un autodescubrimiento por comparación. Celia le pide a su madre que le compre una chaqueta vaquera, y un top, y un sujetador. Su madre no entiende para qué quiere ella eso. Tercer golpe.
El debut de la realizador Pilar Palomero, que también firma el guion de Las Niñas, no puede ser más exitoso. Al buen pulso narrativo y estético se suma el impresionante trabajo de la jovencísima Andrea Fandós que, en total comunión con el texto y la dirección explora el abandono de la niñez desde una óptica intimista y personal, pero que logra evocar de forma muy contundente una crítica hacia la sociedad, las costumbres y la responsabilidad de los progenitores. De alguna forma, Celia parece haber heredado el trauma de su madre, que es llevaba a la pantalla por una también soberbia Natalia Molina.
Aprovechando que vuelve a las salas por los Goya, es una excelente oportunidad de verla en pantalla grande.