Lo malo de los tráilers es que, cuando no destripan la película, a menudo juegan a confundir al espectador. Viendo el avance de Las ovejas no pierden el tren se tiene la impresión de estar frente a una comedia disparatada del corte de Tres bodas de más, que tanto éxito tuvo el año pasado. Sin embargo, ya en la sala, el espectador se percata de que se ha embarcado en algo muy diferente; en algo mucho más trágico.
Porque realmente Las ovejas no pierden el tren navega más en las aguas del drama que de la comedia. Luisa (Inma Cuesta) y Alberto (Raúl Arévalo) son un matrimonio en crisis que se ha visto obligado por las circunstancias económicas a mudarse a un pueblo de Segovia; Juan (Alberto San Juan) es un cuarentón divorciado que ve a sus hijas los fines de semana mientras trata de seguirle el ritmo a su novia veinteañera; Sara (Candela Peña), solterona adicta a las redes sociales y a los hombres, oye campanas de boda cuando su «novio» de dos días le alaba un plato de arroz. Todos forman parte de la misma familia donde además tienen presencia un padre con alzheimer y una madre mantenida por su amante. Y sí: quiere ser comedia, aunque no termina de conseguirlo.
Descartando varias escenas de enredo campestre —ovejas mediante—, y algunos chistes de diálogo a costa del porno y de Blablacar, el poso que deja la película es de una profunda desesperanza
Descartando varias escenas de enredo campestre —ovejas mediante—, y algunos chistes de diálogo a costa del porno y de Blablacar, el poso que deja la película es de una profunda desesperanza. Los personajes, todos ellos, encuentran la redención en el conformismo y la derrota, extirpando toda aspiración y abandonando todo anhelo. El final, no obstante, deja un resquicio a la esperanza en el encuentro con la vida rural y la aceptación de uno mismo.
La factura visual es correcta, como también lo es la interpretación —salvando algunos momentos en los que Candela Peña deriva hacia una dirección que roza lo paródico—. No obstante, la película presenta altibajos de ritmo y problemas de tono, quizá por no saber ubicarse en concreto en el género que realmente explota y al que quizá tampoco ayuda la perspectiva coral de la propuesta.
Pese a todo, la obra tiene un trasfondo profundo y contemporáneo. Reflexiona sobre los problemas de ubicación cuando no se ha llegado al puerto deseado y se tiene la impresión de haber perdido el tren, o los trenes. La crisis económica, los problemas laborales, la necesidad de constante reciclaje y la aceptación de uno mismo aportan unos firmes pilares sobre los que construir un relato que, aunque vacilante en ocasiones, mete el dedo en la llaga sin conmiseración. No estamos ante una comedia con trasfondo, sino frente a un drama con toques de humor. Si quieren disfrutarla háganme caso: no vean el tráiler.