


En 1919 la escritora octogenaria Violette Alhaud escribió una obra con tintes autobiográficos que no fue publicada hasta 2006. Ella misma consignó por escrito la demora: según su testamento, el manuscrito, oculto en un sobre, quedaba en manos de un notario que no podría abrirlo hasta 27 años después de su muerte. Entonces debía pasar directamente al descendiente de la autora que tuviera mayor edad con una sola condición: debía ser de sexo femenino. El relato se titulaba El hombre semen.
La película coescrita y dirigida por Marine Francen lleva a la pantalla la novela de Alhaud, que desde 2006 se ha convertido en una pieza de culto en Francia. El film narra la historia de un pequeño pueblo perdido en las montañas de la Provenza que sufre la represión del gobierno de Napoleón III quien, tras su ascenso al poder, inicia una purga contra todos los partidarios de la República a los que encarcela o envía a Argel. Esta persecución afecta especialmente a los habitantes del lugar, que ven como de la noche a la mañana son arrestados todos los hombres del pueblo. Solas, sin sus maridos, hermanos e hijos, las mujeres se tienen que hacer cargo de todas las labores de labranza y pastoreo, que son las principales actividades productivas de la localidad. Preocupadas por su futuro y el de su sociedad, las mujeres pactan que compartirán al primer hombre que aparezca por allí; que si algún hombre se acerca al lugar sería para todas. Por supuesto, un hombre aparece.
A pesar de su potente detonante y de una logradísima ambientación, la película pierde fuerza al apostar más por la estética que por la narrativa
Bregada en el oficio como ayudante de dirección de autores tan particulares como Olivier Assayas y Michael Haneke, Marine Francen apuesta por una película de corte íntimo y cercana a lo ensayístico. Filmada en cuatro tercios, el filme acompaña a la protagonista, Violette —caracterización de la autora de la novela original— en el trance de enamorarse del forastero y tener que compartirlo con las demás. Los celos se unirán al secreto que oculta el reticente semental, que en realidad está buscando una ruta de escape hacia la frontera.
A pesar de su potente detonante y de una logradísima ambientación, la película pierde fuerza al apostar más por la estética que por la narrativa. La parsimonia con que se desarrolla; los instantes oníricos; la recurrente metáfora de la siembra y la siega…, ralentizan en exceso la película y terminan por disolver la carga dramática que tan bien se apunta tanto en el conflicto romántico de la pareja como en sus consecuencias cuando, terminado el segundo acto, regresan los hombres oriundos del pueblo.
Pese a todo, resulta una propuesta interesante que conviene no dejar pasar en la cartelera.