Los españoles anduvimos durante más de trescientos años entre la ribera del Misissippi y la del Colorado; desde San Agustín en La Florida hasta la misión del padre Eusebio Francisco en el desierto de Sonora. Los genuinos caballos mustang de las praderas de Wyoming llevan la sangre de los cimarrones granadinos que llevaron los conquistadores hispanos. Las reses que movían los cowboys de lazo y sombrero de ala ancha descendían de las que cruzaron el Atlántico en naves de pabellón español. El western, género norteamericano por excelencia, lleva en su ADN el genoma ibérico. Y Urbizu lo sabe.



La Llanera ha pasado diecisiete años esperando que la ejecuten en la cárcel. Condenada a morir en la horca, han ido indultándola una vez tras otra. En prisión tuvo a su hijo, que no ha conocido otra cosa más que las rejas y la sangre, pues desde que pudo sostener un hacha lo pusieron de ayudante del verdugo a desmembrar cadáveres. Un buen día le conceden el indulto definitivo y la dejan libre. Su idea es marcharse lejos y vivir la vida que le queda junto a su hijo. Pero los poderosos tienen preparada para ella otra finalidad: usarla de cebo.
Rodada casi por completo en exteriores, y con una ambientación de primer nivel, la película de Enrique Urbizu se estrena en salas y en plataformas al mismo tiempo. En salas, con un montaje de un par de horas y en plataforma con cinco episodios de cuarenta minutos. La historia, la misma; la manera de contarla, a gusto del espectador.
A la fotografía, la música y el guion se suma una interpretación sobresaliente por parte de todos los personajes principales
La narración sigue en ambos casos a La Llanera como eje central de una serie de historias paralelas que desglosan un microcosmos de personajes multidimensionales, cargados de claroscuros: villanos que tienen la moral de los héroes; héroes que carecen de escrúpulos como si fueran villanos. A la fotografía, la música y el guion se suma una interpretación sobresaliente por parte de todos los personajes principales, empezando por Bebe, que aparta por un momento su faceta de cantante para desvelar un talento interpretativo del todo inesperado.
La gran ventaja que tiene ver Libertad en la plataforma con respecto a su versión cinematográfica es, sin duda, el tiempo. Aunque se hacen breves, los cinco episodios permiten profundizar más en los personajes, en las subtramas, en los silencios y en las razones ocultas que motivan sus actos. La gran ventaja de la gran pantalla, en cambio, es precisamente esa: la gran pantalla. Una serie con una fotografía apabullante, donde los escenarios naturales juegan un rol determinante en la historia, merece ser disfrutada en la sala grande, como se disfrutaban los western de John Ford o de Howard Hawks, y como seguro que le gusta más al propio Urbizu.