Voy a hacer dos cosas que no es bueno hacer, en este negocio: una, extenderme más de lo debido a riesgo de aburrirles. Además, lo haré escribiendo a calzón quitado, lo que me expone más de lo conveniente. Y dos, vincular lo «profesional» con lo personal aunque esté tirando piedras contra mi propio tejado. Pero más se perdió en Cuba y, si no arriesgas, ¿Para qué juegas? Soy así de inconsciente. Quienes me conocen, lo saben.
Cuando te toca leer —y reseñar— un libro de alguien a quien conoces personalmente estás ante un dilema moral, siempre: ¿Serás capaz de ser objetivo? Si la obra es mala ¿serás capaz de ser honesto y decirlo, sin más, a sabiendas de que podrás encontrarte al, previsiblemente ofendido, escritor en la cola del pan? Si te gusta y lo dices ¿Te creerán o pensarán que es el afecto personal el que te mueve?
El libro que nos ocupa, además, era un compromiso agrio para un servidor. Cuando el editor de Nosoprano me dijo que Michi Huerta tenía libro sobre cine, me sorprendió, pues desconocía que anduviera en ello. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando supe que el autor había sugerido expresamente una reseña en esta revista firmada por mí.
Ahora viene lo del calzón quitado: Michi Huerta es profesor en la Universidad que tuvo la desfachatez de acreditarme como periodista, me he cruzado con él infinidad de veces y hemos compartido mesa y mantel en alguna ocasión. Nunca me dio clase pero, aparte de generarme un pueril rechazo como culé, por tratarse de un futbolero y madridista irredento, me ha parecido siempre una persona altiva, pedante, de trato seco y, en resumidas cuentas, un imbécil intragable. Así lo he hecho saber a unos pocos amigos comunes. Se trataba de una de esas antipatías injustas e injustificadas, pues nunca hubo motivo tangible para la animadversión. Intuía, por ende, que el sentimiento era mutuo, a pesar de mantener las formas, ambos. Vayan a saber por qué. ¿Qué a Michi le interesa una reseña en Nosoprano? ¡Pero si no lo soporto ni me soporta! En fin, gajes del oficio. Venga a leer.
Y maldita la hora, oigan. Porque en pocas páginas, mi imaginaria Némesis ha transmutado en alguien a quien me apetece invitar a unas cañas. Porque su Libro de cine para regalar es un pedazo de libro. Me lo he leído del tirón en apenas 48h y ese cacereño grandón, pedante en su excelsa sapiencia audiovisual, consciente de su superioridad intelectual respecto al común de los mortales, se me ha descubierto como un escritor con pulso, con nervio, cercano, ácido en la ironía… un increíble contador de —buenas— historias. A cada paso me he sentido identificado, reconfortado, entendido y entretenido. Empecé el viaje con el señor Huerta y lo terminé de la mano con Miguel Ángel. Con Michi.
Porque Libro de cine para regalar no es un compendio de películas, un ensayo técnico ni un manual académico. Es la historia de una vida —la suya— contada con sencillez y cercanía, a través de los cientos, miles de películas que han forjado a la persona cinéfila, al docente que es hoy. A través de anécdotas, familiares, amigos, lugares de su infancia y juventud invita a un viaje al pasado, personal sin llegar a ser ñoño, íntimo y honesto, increíblemente bien escrito y tremendamente clarificador, para descubrir a la persona que hay detrás de esa fachada que me engañó.
Me ha arrancado sonrisas espontáneas —algo dificilísimo cuando leo—. Como ya he dicho, me ha entretenido, enseñado y divertido. El libro terminó anotado, subrayado y envidiado. Porque muchas de sus frases y pasajes… habría matado porque fueran mías.
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Libro de cine para regalar me ha mostrado lo injusto que he sido con alguien a quien nunca conocí, en realidad, y contra el que he alzado falso testimonio. Y lo pondré negro sobre blanco para que conste: No sé cómo será como docente pero, como escritor, Miguel Ángel Huerta es brillante. Su obra, recomendable 100% Vale para entender cómo ha evolucionado e influido lo audiovisual en nuestras vidas, en nuestra forma de entenderla y afrontarla. Vale también para comprender un poco esto del juntar letras. Y, en lo que a mí respecta, para reconocer que se puede ser del Madrid y, no por ello, cómplice de Mefistófeles.
Mis disculpas públicas, Michi. He sido injusto contigo y agradezco que haya sido tu libro el que me ha dado la bofetada que merezco, quizás hasta de ti mismo. Me ha encantado tu historia y la recomendaré sinceramente a cualquiera. No sé si me profesabas antipatía antes de hoy. Quizás te he dado motivos suficientes, con este trasunto de confesión, para que la haya. En cualquier caso, como diría López Vázquez, desde ahora tienes en un servidor a «un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo». Como para no enamorarse del cine —y de los libros—. Eso sí, seguiré siendo barcelonista, qué le vamos a hacer.
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