En los manuales de guion, el paradigma clásico se esboza como una línea sesgada por, al menos, dos puntos de giro; las historias se disgregan en tramas básicas, externas; subtramas de relación y arcos de transformación de personajes que deben tener un objetivo y confrontar fuerzas antagonistas que les impidan lograrlo. Ahora bien, repasando las grandes obras cinematográficas de la historia se observa que a veces falla lo primero; en muy raras ocasiones falta lo segundo y lo tercero, en un número incontable de casos, es algo inexistente.



Si la historia del cine pone de manifiesto el abismo insondable que media entre la teoría y la práctica narrativa, las películas de Paul Thomas Anderson sirven para ejemplificar que, además de quebrar todas las reglas enunciadas por gurús de la escritura, se pueden hacer grandes películas ignorando sistemáticamente todas ellas.
La “pizza de regaliz” de Anderson no tiene trama. Sus personajes no persiguen objetivos claros y definidos, ni tampoco se enfrentan a fuerzas antagonistas de especial relevancia. Y tampoco importa demasiado. ¿De qué va? De dos jóvenes que se quieren. Amigos improbables —ella le lleva diez años a él—, que se embarcan juntos en diversos negocios estrafalarios —casting de actores, venta de colchones de agua, campañas electorales, máquinas de pinball…—. Surgirá el amor, y los celos, y habrá acuerdos y desacuerdos. Y ya. Eso es todo. Y es una película maravillosa.
La pizza de Paul Thomas Anderson se compone de porciones de vida. Sumergirse en sus planos implica un recorrido emocional a través de los veranos de una infancia que ya intuye el abismo de dejar de serlo; con unos personajes que caminan perdidos, deseando encontrarse, sin saber realmente que ya lo han hecho.
Conjugan la magia dos protagonistas de especial magnetismo: Alana Haim, vocalista de su propio grupo de rock, y Cooper Hoffman, hijo del desaparecido Phillip Seymur, que tantas películas realizó con el propio Anderson. Se les une un conjunto de secundarios de altura: Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper… que apoyan una historia plagada de instantes memorables y vericuetos interesantes.
El único problema resulta, precisamente, de la extravagancia de alguno de sus pasajes, o de lo desdibujado de algunos instantes con respecto a las decisiones de sus personajes principales. Las divergencias entre el trailer y la película sugieren que estamos ante una pieza recortada. A saber por qué. El caso es que lo montado seduce e interesa, logrando recrear un mundo al que dan ganas de volver.