


Superman ha muerto. Después de que Batman y él midieran sus fuerzas en el episodio anterior de la saga, el héroe de Krypton se inmoló para salvar a la humanidad de un nuevo peligro extraterrestre y sobrenatural. Ahora, sin el súper-hombre de la capa roja velando por la paz y la justicia, otros villanos han ido apareciendo esporádicamente como antesala de un antagonista mayor y más peligroso que los anteriores. Por ello Batman, quizá inspirado por la entrega desprendida de su antaño contrincante, o quizá motivado por el propio conocimiento de sus debilidades, decide formar una cuadrilla de superhéroes capaz de hacer frente a estos nuevos males. Para ello cuenta con la participación de la invulnerable Wonder Woman, el procaz Aquaman, un esquivo Flash y un ser híbrido entre hombre y máquina llamado Cyborg. No obstante, a pesar de las virtudes del trabajo en equipo, la liga se torna insuficiente para derrotar al nuevo demonio que amenaza a la humanidad. Tanto, de hecho, que incluso se plantean si no sería necesario intentar traer a Superman de vuelta de entre los muertos.
Con una puesta en escena que abruma por el abuso digital, la nueva entrega de la saga del Universo Cinematográfico de la factoría DC viene de nuevo a incidir en los males que parecen ser ya norma de la casa tras fiascos como El escuadrón suicida (2016) o grandilocuencias vacuas como Batman Vs Superman (2016): un villano indefinido y con motivaciones desdibujadas que casi parece trasunto de un videojuego; protagonistas que agotan su arco dramático a los pocos minutos de entrar en escena —o por la gracia pecuniaria de Bruce Wayne en el epílogo—; una peripecia basada en la acción exagerada, los puñetazos que lanzan a los contrincantes a metros de distancia, los disparos y explosiones de proporciones imposibles… Apenas el puntal que aportan secundarios de la talla de Jeremy Irons, Amy Adams o Diane Lane supone un asidero al que agarrarse, junto con los sutiles homenajes a las bandas sonoras de las películas de Superman y Batman de los ochenta.
Apenas el puntal que aportan secundarios de la talla de Jeremy Irons, Amy Adams o Diane Lane supone un asidero al que agarrarse
No obstante, no podemos eludir que la película se articula como parte de una antología. La pieza tiene relación con la entrega anterior, de la que es clara continuación, y entronca con otros títulos como la bien realizada Wonder Woman o los futuros proyectos de Aquaman, o Deadshot. En este sentido, cabría plantearse si no conviene valorar la obra en su conjunto, en cuyo caso el tono, la estética y las líneas argumentales sí presentan cierta coherencia, sobre todo de cara a los fans de los cómics, que probablemente hallen en este último trabajo de Zack Snyder las mismas virtudes de otras películas del corte dentro de la ola de cine superheroico en que nos encontramos.