Cuando Amazon anunció el proyecto de Los anillos de poder, con el español Juan Antonio Bayona a la cabeza, y una producción millonaria, nada presagiaba que pudiera ser un desastre. Y, realmente, no lo es. Al menos, no lo es del todo. Sin embargo, la primera temporada de las precuelas de El señor de los anillos no es ni todo lo redonda que podría, ni todo lo interesante que se antojaba.



Los aciertos y desaciertos de esta primera entrega de la serie la dejan en un espacio indeterminado en el universo Tolkiniano. Por un lado, refleja el mundo del autor de manera muy deudora de la visión que imprimió, hace dos décadas, el director Peter Jackson en su primera trilogía. Por otro, el relato se toma licencias creativas que atentan, en cierto modo, con respecto a lo que Tolkien dejó escrito en sus relatos. Pese a ello, hay que tomarla con cautela, pues no deja de ser una de las propuestas más potentes del año pasado.
Tramas entremezcladas
La historia de Los anillos de poder se divide en varias tramas que podemos asociar con los distintos pueblos o razas que toman partido. Por un lado, los elfos, que empiezan a ver llegar el final de su tiempo en la Tierra Media después de haber derrotado al malvado Morgoth y a su esbirro Sauron. Por otro, los enanos, que parecen haber encontrado una fuente de poder en el interior de la montaña donde tienen su ciudad subterránea. Por supuesto, la fuente de poder de los enanos, el mineral mithril, es el macguffin que puede salvar a los elfos. Representantes de ambos pueblos tenemos a Enrold y Durin, que son amigos a pesar de las circunstancias y de la rivalidad entre sus distintos reinos.
Por otro lado tenemos los pueblos del sur, antiguos vasallos del enemigo, que viven bajo la constante vigilancia de los elfos y que no tienen rey conocido. Se trata de un pueblo sometido por dos lados: primero por sus vigilantes, que los miran con desprecio y superioridad moral; por otro, por los orcos que, salidos de debajo de la tierra, empiezan a asolar sus poblados. Personifican esta trama el elfo Arondir y la humana Bronwyn, que están enamorados aunque su relación es imposible.
En mitad del mar, en una isla, el orgulloso pueblo de los hombres de Númenor, antaño aliado de los elfos en su lucha contra Morgoth y Sauron, está tratando de encontrar su camino propio lejos e independiente de la influencia élfica. De allí son viejos conocidos de la saga Elendil y su hijo Isildur. De un modo o de otro, se verán implicados en la guerra de los pueblos del sur contra los orcos.
Y, por último, acompañamos a un pueblo hobbit nómada, cuya principal valedora es Nori Brandipie, que recibe la visita de un misterioso extranjero caído del cielo que recuerda mucho a lo que podría ser un mago. Su trama guarda poca relación con las de los demás pueblos.



Galadriel, protagonista problemática
Sin embargo, la historia que enlaza las piezas de este enrevesado puzzle es la de la incombustible Galadriel. Personaje conocido por su intervención pasiva en la trilogía original, aquí aparece convertida en una guerrera obsesionada con vengar la muerte de su hermano en la guerra contra Morgoth y Sauron. Ella está convencida de que Sauron no ha sido derrotado del todo y que sigue escondido en algún de la Tierra Media. Esto la lleva a abandonar la nave que la transportaba de regreso al mundo de los elfos y a adentrarse ella sola en una pugna infernal por convencer a elfos y humanos en que la pelea debe continuar.
En su periplo, conoce casualmente a un náufrago llamado Halbrand que ella identifica como el rey perdido de los pueblos del sur. Lo lleva de su lado en sus negociaciones con unos y con otros, lo promociona e incluso lo anima a emprender la senda del liderazgo que ella considera que le es legítima. No obstante, —y aquí viene el gran giro de la temporada—, resulta que el tal Halbrand no es otro que el mismísimo Sauron.
El giro forzado
En efecto, que el compañero de la protagonista —y posible interés romántico— se convierta, de pronto, en el villano escondido de la historia no solo es una traición a los espectadores que le hayan cogido algún apego, también atenta contra el legado del creador original de la obra. Pues en ningún sitio, al menos que yo sepa, dejó el filólogo escrito que Galadriel fuera tan estúpida ni que el villano tuviera poder sobre los designios del azar.
Estúpida, en el mal sentido, no ya solo por medio enamorarse del villano sin saberlo, sino por no haber siquiera tomado la precaución de investigar un poco su procedencia. Es cierto que él porta consigo un emblema, pero también lo es que en ningún momento admite que sea suyo. Galadriel, que se adentra en bibliotecas y legajos antiguos para confirmar sus hipótesis con respecto a dónde puede estar escondido el villano, no duda un instante de la presencia de su nuevo amigo, el que vio abandonar a todos los que le acompañaban a una muerte segura al grito de “mejor ellos que yo”.
Y el azar, el dichoso azar. Si aceptamos la resolución que plantea la temporada, Sauron estaría detrás de todas las situaciones aparentemente azarosas que han tenido lugar. Así, Sauron estaría detrás de la aparentemente impulsiva decisión de Galadriel de lanzarse por la borda cuando navegaba de regreso a su mundo originario; Sauron estaría detrás de la casualidad de que se encuentre un grupo de náufragos en mitad del mar mientras ella nada tratando de llegar a la costa; Sauron estaría detrás de la decisión del pueblo de Númenor de acudir en ayuda de la Tierra Media, si bien esa decisión de la regente fue tomada al deshojarse el árbol sagrado tal y como sucedía en un sueño de la reina —probablemente también provocado por Sauron—; Sauron estaría detrás de la erupción que deja malherido a Halbrand —esto es, a sí mismo— y que incita a que lo lleven al reino de los elfos… y Sauron estaría, finalmente, detrás de todo este conjunto de hechos porque sabía, de algún modo, que los elfos iban a emplear una tecnología secreta de los enanos para crear anillos de poder. ¡Y lo sabía desde mucho antes que ellos mismos!



La temporada-acto y ¿qué pasa con los anillos?
Se está dando una tendencia en las series más o menos planificadas de antemano que prefigura la primera temporada como una especie de primer acto de una historia compleja. Un primer acto dedicado principalmente a presentar a los personajes, esbozar las subtramas fundamentales y arrancar, ya en el final, con el conflicto principal de la historia, al que dedicarán el resto de temporadas.
Como consecuencia, las series terminan cayendo en el más absoluto de los tedios. No hay nada peor que tener que esperar un capítulo tras otro hasta que se detone el conflicto principal; paseando como por una galería de estatuas de mármol, sencillamente, prefigurando las reglas del juego. No obstante, también es cierto que para disfrutar en condiciones cualquier juego primero hay que leer las instrucciones, por aburridas que parezcan.
La primera temporada de Los anillos de poder termina, efectivamente, con la forja de los tres anillos sobre los que no tuvo intervención directa Sauron; los anillos más poderosos y que terminarán portando Enrold, Galadriel y, en secreto, Gandalf. Si atendemos al reparto de poderes que se glosa al comienzo de la novela, todavía faltan dieciséis para completar la tanda que precede al Único, que habrá de ser, si Bezos quiere, el anillo final. Esperemos.