En un instante de Los Fabelman, el adolescente Sammy, alter ego del propio Spielberg, emprende a regañadientes la actividad que le ha mandado hacer su padre. Acaba de fallecer su abuela, y su madre está hundida en una profunda depresión. Por ello, su padre le ha regalado una pequeña mesa de montaje para cintas Super-8 y le ha pedido que haga algo bonito con las películas de la última acampada familiar, para alegrarla.



El muchacho es reticente. En vez de montar un vídeo familiar, por muy triste que esté su madre, él prefiere rodar una película bélica con sus amigos. Tiene pensados los planos, las localizaciones, incluso tiene idea de los efectos especiales que va a implementar. Es su primer “gran proyecto”, y por eso no puede perder tiempo montando una tontería de vídeo doméstico.
Pero al final cede, y decide ponerse a editar en su pequeña moviola los carretes que él mismo rodó durante la acampada con sus padres, sus hermanas y el amigo íntimo de su padre, el tío Bennie. Sin embargo, mientras está en pleno proceso de montaje sucede algo inesperado. La cámara, como un testigo omnisciente e indiscreto, ha registrado en la lejanía la relación adúltera que mantiene en secreto su madre con el amigo Bennie: un abrazo de soslayo mientras nadie mira, un roce de manos mientras los demás montan la tienda, un beso furtivo aprovechando que todos están junto al fuego…
Podría ser buen arranque para un melodrama si no se tratase de la biografía real de su autor. Spielberg elabora en Los Fabelman la exégesis de su propia vida. Y lo hace, además, desde la mesura y el entendimiento. Aunque no abandona la perspectiva de su yo adolescente, la obra deja espacio para entender las diatribas de los adultos y para reflejar fundamentalmente dos cosas: el amor hacia sus padres, con todos sus defectos, y el amor por el cine y su magia.
Aparte del drama familiar, para quienes se adentren en la sala sin conocer la vida y obra de su autor, el film pasará como una historia comming of age bien medida y con toques de humor: las películas de la infancia, con las hermanas convertidas en momias egipcias a base de papel higiénico; el primer amor de instituto con una cristiana que tiene interés en un joven judío por la intriga que le produce la circuncisión; el primer trabajo como “chico para todo” en un estudio de televisión y el primer encuentro con el ídolo de las películas de indios y vaqueros… Pero a los cinéfilos, estudiantes de cine, artes y audiovisual que se adentren en la sala la última película de Spielberg les va a revolver el alma y les va a calar hasta los tuétanos. Indispensable.