Es sabido que el escritor Torcuato Luca de Tena, nieto del fundador de ABC, estuvo en un psiquiátrico. Entró de incógnito, con otro nombre, y permaneció dentro de la institución mental dieciocho días haciéndose pasar por paciente. Esta estancia le bastó para dar forma a la novela Los renglones torcidos de Dios, publicada en 1979, que se convirtió en un bestseller en plena Transición.



En la novela, la protagonista, Alice Gould, es internada en una institución parecida a la que conoció el propio autor. Ella es una acaudalada detective que ha querido infiltrarse, con la aquiescencia de su marido y de un psiquiatra amigo, para descubrir la verdad sobre un asesinato que ha tenido lugar en el interior del manicomio. O eso dice ella…
Porque hay quien dice que Alice Gould es en realidad una homicida en potencia que ha tratado de asesinar en dos ocasiones a su marido. Diagnosticada de paranoia, su esposo, con el aval de su psiquiatra, ha decidido internarla en el centro médico para que allí pueda ser tratada de sus problemas mentales. Pero él está en paradero desconocido con todo el dinero de su esposa.
Si ya de entrada la propia presentación de la premisa juega al engaño, la obra no ha podido caer en mejores manos para su adaptación al medio cinematográfico. Oriol Paulo no filma películas, construye laberintos. No hay un solo fotograma en la filmografía del director que no tenga un doble sentido, un significado oculto o que no se trate de un giro inesperado que termina por cambiarlo todo y dejar descolocado al espectador más avezado. El público, como es natural, siempre sale de sus películas dividido: están los que se sienten fascinados por la pericia del autor para engañarles y volverles a engañar en tramas que son auténticas montañas rusas de entretenimiento. Otros, como parece lógico, simplemente se sienten estafados.
En esta ocasión, sin embargo, la premisa y su desarrollo cumple todos los requisitos para que ambos colectivos puedan sentirse satisfechos. Primero, porque la perspectiva y ambientación de la obra invitan al desconcierto, al narrador poco fiable, al puzzle de mentiras y secretos. Segundo, porque toda la trama se apoya en la contundente interpretación de Bárbara Lennie, que inunda cada uno de los planos con una mirada inteligente, mordaz, y misteriosa.
Paulo, además, ha sabido construir su obra con prosa firme y sutil. Alejado de las estridencias visuales del Scorsese de Shutter Island, el director traza una historia que, además de intriga, propone una reflexión sobre el empoderamiento femenino en un momento histórico de fuertes resonancias simbólicas. En definitiva, y en todos los sentidos: una locura.