


Belial, Samael, Satanás… muchos son los nombres del Diablo, tantos, dicen, como las formas que puede adoptar para lograr sus siempre mezquinos y sibilinos planes de dominación y exterminio de la obra de Dios. No obstante, los creadores de la nueva serie de Fox han decidido llamarlo Lucifer Estrella de la Mañana y, claro, a partir de ahí ya nada puede ir bien.
Cansado de atormentar almas en el Inframundo, Lucifer decide tomarse unas largas vacaciones adoptando una forma humana y montando junto a sus lacayos una discoteca en Los Ángeles. Allí disfruta de todos los placeres de una vida en la Tierra: se ajusta a un horario de trabajo, es el jefe responsable de un negocio local con varios empleados y, supongo, paga puntualmente el IBI, el IVA trimestral y tiene dado de alta a los porteros y camareros del local. ¿Les parece propio de El Diablo? Pues esperen a saber cómo decide voluntariosamente vengar la muerte de una jovencita a la que había ayudado a triunfar sin condiciones —sí, sin condiciones— colaborando con la policía para encontrar al culpable.
Cuando uno se adentra en Lucifer, la serie, de pronto se encuentra con un procedimental de lo más normalito; un Príncipe de las Tinieblas amanerado y sensiblero en el asiento de copiloto de la agente de policía trauma-paternal de turno, y una trama que podría tener pies y cabeza si el protagonista fuera alguien normal, claro. Porque el principal problema de la serie es que su personaje principal no es, sencillamente, el que nos cuentan las Escrituras.
Un Príncipe de las Tinieblas amanerado y sensiblero en el asiento de copiloto de la agente de policía trauma-paternal de turno
En el afán conservador de la Fox de hacer que todos los protagonistas sean dechados de virtudes o, en su defecto, malvados redimidos, han optado por mostrar un antihéroe con buen fondo; un ángel, al fin y al cabo, rebelde y un poco pillo, cuyo mayor pecado en el piloto es pasarse un pelín el límite de velocidad y arrearle una buena tunda al malo de verdad. El problema es que el personaje lo conocemos de otras lecturas en la cultura universal desde hace más de dos mil años y, mira por donde, resulta que suele ser la genuina representación del mal, la astucia y el engaño. Por eso, sencillamente, no me creo que tenga que ir puerta por puerta preguntando a los testigos, interrogando a los sospechosos y analizando las pruebas del caso como un vecino de Wiskonsin cualquiera, ni mucho menos que lo haga con el afán de hacer justicia y reparar el daño. El Diablo, reparando el daño. ¿Alguien se lo puede creer?
Cuando una industria está bien pertrechada y organizada pueden hacer las cosas con un acabado perfecto, aunque inútiles
Lo formal está de sobresaliente, claro, como todo lo que viene de allí. Exteriores, efectos especiales, animaciones… Cuando una industria está bien pertrechada y organizada pueden hacer las cosas con un acabado perfecto, aunque inútiles. Lucifer cae en la estela de todos los demás procedimentales de la casa, como Bones, al juntar a la pareja de polos opuestos que irremediablemente se atraen como los ratones al queso, él el supremo de los demonios y ella algún tipo de ángel bienhechor reencarnado o algo así que el piloto todavía no ha querido dejar claro.
Una vez más, ella es la parte dura y responsable de la relación mientras que él es un viva la virgen que al final termina por sacarla a ella de todos los apuros en los que se mete, supongo, por ser mujer atractiva haciendo un trabajo «de hombres». Ese parece, al menos, ser el razonamiento de los realizadores. Tendré que investigar un poco más el cómic original del que bebe pero, si la premisa es como en la pantalla, por mí puede irse al infierno.