Debo confesar que me da un poco de penita, Scarlett Johansson, la verdad. Ahora mismo vive un momento de popularidad y éxito profesional envidiable, es cierto. Pero, al mismo tiempo… se me presenta en la imaginación como uno de esos monitos de hojalata que, después de darle cuerda, se dedican a dar saltitos y a tocar los platillos mecánicamente y sin descanso.
Porque parece ser que, en la industria cinematográfica americana, ahora mismo, cualquier película o proyecto en el que aparezca Scarlett debe ser —casi está predestinado a convertirse en— un éxito. Poco importa si es una superheroína, si hace de responsable de sala en un restaurante, si sale en cueros como Dios la trajo al mundo o si su papel es el de asesina omnisciente, como sucede en Lucy. Johansson se ha convertido en lo más parecido a un «comodín» y están exprimiendo a la actriz hasta sacarle todo el jugo. No discuto la estrategia comercial, aunque ya les digo que me da algo de pena.
En su última aparición, a las órdenes de Luc Besson, me parece a) desdibujada y b) desaprovechada. Y éste último extremo no enteramente por deméritos suyos, en el aspecto interpretativo, ojo. Sino, sencillamente, porque la película me parece bastante mala. ¿Por qué? En primer lugar, porque la esencia argumental de la trama ya ha sido tratada con anterioridad y con mayor acierto, en mi opinión, como ahora les diré. Y cuando tratas de «tocar» algo que ya está bien…
Resulta que Lucy no es más que una desquiciada y lisérgica experiencia visual que nos lleva en una alocada huida hacia adelante a partir del minuto diez, sin pretender otra cosa que apabullarnos, sin dejar que respiremos ni nos paremos a pensar si lo que estamos viendo tiene alguna posibilidad de convencernos como espectadores. Supongo que Besson ha optado por gustarse a sí mismo y reírse con/de nosotros: explosiones, tiros (pocos), escenas de lucha (pocas), sangre (bastante) y persecuciones en coche. Poco más. Bueno sí, efectos especiales a cascoporro y bastante buenos. Pero el conjunto… para echar de comer a los perros. Ni como película de ciencia-ficción tiene apoyo, porque el aspecto puramente científico del asunto —el término de CIENCIA-ficción debería darles alguna pista—, es tan endeble e infantil que provoca risa. No pasa de una excusa que nos susurra: «mira, tengo que darle algo de base a este esperpento. Te cuento esta milonga, que parece sacada de la revista Nature, y te lo crees, ¿vale? Que lo que importa es ver a Johansson».
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¿De qué va la historia? Lucy es una norteamericana de visita en Taiwán. Por circunstancias que no vienen al caso —también increíbles— se ve implicada en una trama de tráfico de estupefacientes. A Lucy la convierten en «mula» a la fuerza, para trasladar a Europa y América una nueva droga de diseño en el interior de su cuerpo. Esta droga acaba por ser asimilada por su organismo y —ojo al dato— se desvela con la capacidad de convertirla en súper inteligente, aumentando su capacidad cerebral, por encima del usual 10% ¡Yonkis del mundo, a opositar todos!
¡SOPILER! => Cuando la droga comienza a hacerle efecto, Lucy consigue ¡levitar en plan El Exorcista, figúrense el cuadro! Para que luego hablen de aprovechamiento cerebral <= FIN DEL SPOILER.
A partir de ahí, Lucy se dedica a sobrevivir, adaptarse a los cambios que se producen en su cuerpo y en su mente, al mismo tiempo que huye de la mafia que trata de recuperar la sustancia, procurando entender qué le está sucediendo y cuáles serán las consecuencias de tener una superinteligencia y un cerebro desarrollado al 100%. ¿Lo han entendido todo? Ya. Ya sé que es difícil. Conforme avanzaba la película yo también asistía estupefacto a la milonga. Y el final… el final es una bofetada de desvergüenza de Besson de tal calibre, que aún me lo imagino descojonándose en su casa.
Exactamente lo mismo que en Lucy, aunque con Bradley Cooper de protagonista, pueden verlo en Sin Límites, de Neil Burger. En esta ocasión el guión es más mundano y terrenal, con los pies más asentados en la tierra, más creíble y, por ende, más satisfactorio como experiencia cinematográfica global. Porque el cine no es sólo una sucesión de planos de videoclip, ruido y fuegos artificiales. Una película es un todo, que debería buscar algo más que entretener. ¿Lucy no es entretenida, acaso? Si les gusta a ustedes ponerse con Speed o LSD, puede ser. En el caso de que les guste el cine, yo optaría por esta película de Burguer del año 2011 y dejaría que Lucy se perdiera en la taquilla. Si quieren ver a Scarlett, a buen seguro se la encontrarán hasta en la sopa, en breve. Tranquilos.
¿Les ha gustado el artículo de César Brito? No se pierdan el post del pasado martes de Carlos Martínez sobre la misma película: «Lucy, o la gran monada de Luc Besson»