Y se cargaron MásterChef. Por algún extraño motivo, sin una explicación coherente al respecto, va TVE y cambia el día del programa. Así. Por las buenas. Se cambia y punto. Sin un porqué, sin una razón lógica… Las malas lenguas dicen que ha sido por competir en audiencia. Por supuesto no puede ser. ¿Cómo va a ser por eso? Si TVE no necesita audiencia. La pagamos entre todos y no tiene publici… —perdón, me entra la risa y no puedo escribir… ya, ya se me pasa—.
Decía un señor de estos que piensan que cuando, en nuestro sistema económico, un servicio se vuelve gratuito en realidad el cliente se convierte en producto. Puede parecer exagerado, pero en los medios se cumple bastante bien: la realidad es que los medios «venden» sus huecos publicitarios en función de su audiencia. Lógico que compitan por hacer productos y contenidos atractivos para los públicos. La publicidad manda. Sin audiencia no hay publicidad, y sin ésta no podrían salir adelante.
Claro, esto tiene un problema: los medios, aparte de competir unos con otros, se dedican a producir contenidos «atractivos», espectaculares, de masas, para toda la familia o ligeramente morbosos, que sabemos que eso vende. Además, los medios no son libres: forman parte de corporaciones con intereses concretos y afinidades políticas. Normal que promocionen sus propias películas, sus propios cantantes o elaboren noticias e informaciones de telediario sobre el último lanzamiento de la editorial del grupo. No me miren con indignación por el «normal» que he escrito más arriba. Saben que ustedes también lo harían.
El problema es que hay un principio —derecho fundamental, según el capítulo del libro donde lo he encontrado casualmente— que dice que para que podamos vivir, desarrollarnos, formarnos y ejercer la democracia tenemos que estar informados. Fíjense qué tontería. Hablar de estar informados en plena era de las comunicaciones, cuando basta abrir el Twitter para enterarse de lo que es trendingtopic. Pero es que resulta que a lo mejor hay muchas cosas que escapan del trendingtopic; que no son mayoritariamente atractivas; que no arrastran audiencias millonarias y que deben, merecen, tener un lugar que las privadas nunca van a poder concederle. Para esas cosas un buen día decidimos financiarnos una tele: para asegurar que aún sin audiencia y sin publicidad tendrían su hueco. Y oigan, no sólo me refiero a los documentales de animales, los reportajes sobre Somalia y esas cosas que interesan a los que niegan haber visto nunca Gran Hermano; no sólo hablo de las obras completas de Clarín, o de alternar el Tenorio con una de Almodóvar. También me refiero a la producción de programas, de concursos, de series… que también son cultura, tú.
¿Se lo imaginan? Piensen por ejemplo en una serie que no tenga en cuenta la audiencia. Intenten. La audiencia no importa. Repitan. La audiencia no importa. ¿Lo tienen? Una serie donde lo importante no sea la audiencia —al menos no «tan» importante— sería perfecta. El único condicionante sería el dinero, que lo tendríamos porque es financiación pública. No habría que preocuparse más que en cómo gastarlo bien. ¿Hacemos un capítulo o veinte? ¿Contratamos a buenos actores? ¿Traemos a gente del cine? Si se fijan, de pronto todas las decisiones se basan en la propia serie, no en la audiencia potencial. No habría que copiar formatos y series exitosos del extranjero con la calidad del Cheers de Resines o el CSI de Coronado; no trataríamos a toda costa de volver a tener el éxito de Sin Tetas o de 7Vidas; no tendríamos que volver a copiar por tercera vez Aquellos Maravillosos Años… Tendría los episodios justos: ni se suspendería antes de tiempo ni se extendería hasta el infinito como Cuéntame o Amarloshuevosrevueltos. Podríamos pensar el final desde el comienzo, y así no tendríamos que decir que todo era un sueño y patochadas de ese tipo. Sería una historia redonda y bien contada. ¿Un chiste de diálogo cada tres líneas como en Aída? No hace falta. Podemos permitirnos un humor menos zafio. ¿Y si nos confiamos y sale un churro? Entonces probablemente no nos volverían a contratar nunca, así que, ya que no tendríamos esas presiones, ¿por qué no hacerlo bien? Oye, que no nos importe la audiencia no significa que no podamos tenerla. ¡Incluso puede que sea un éxito! Lo mismo la titulamos Sherlock, la organizamos en temporadas de tres capítulos bien montados, hacemos como que somos la BBC y la exportamos a todo el mundo… Y lo mejor de todo: la cadena no tendría motivos para cambiarle el horario.
Es verdad que MásterChef tiene sus problemas. Es cierto que se ve todo muy forzado, comenzando por el castellano neutro de la presentadora —Eva, ya te lo he dicho por Twitter, el acento andaluz lo tenían Séneca, Góngora, Bécquer, Velázquez, Machado, Alberti, Lorca, JuanRamón, Picasso, Aleixandre y Sabina, y a mucha honra— es verdad. Y no es menos cierto que va cayendo poquito a poco —anunciantes, no se dejen engañar: ese 15 que les han dicho se debe al efecto arrastre del fútbol unido a la pereza por alcanzar el mando a distancia—. Pero también es cierto que junta a, por lo menos, dos de los mejores cocineros de este país y se habla un poquito de cocina. Un poquito —si no les importase tanto la audiencia se hablaría bastante más—, que puede ser hasta instructivo, jatetú. ¿Por qué maltratarlo y maltratarnos con cambios de parrilla —televisiva— y otras cosas absurdas? ¿Por qué? ¿Por el patrocinio del corte inglés? ¿En serio?