James Wan es una autoridad en lo que al género de terror se refiere. No solo es el responsable detrás de la exitosa saga Saw y el enrevesado universo de los Expedientes Warren con todas sus ramificaciones. También es director de filmes como Insidious y su secuela, o la inquietante Silencio desde el mal, de 2007, en la que ya jugaba con la idea de los muñecos diabólicos al estilo de lo que posteriormente desarrolló en Anabelle. En su filmografía, de hecho, lo más sorprendente es su incursión en el cine de superhéroes con las películas de Acuaman.



Con estos precedentes, y tras una dilatada trayectoria donde ha conjugado los resortes de tipos muy diferentes de horror, es más que evidente que Wan, como maestro del género, puede hacer lo que le venga en gana. Por ello, cuando uno se sumerge en la gamberrada de Maligno debe tener presente que queda en manos del director para dejarse llevar por el camino del exceso.
Maligno relata la historia de una mujer que vuelve a encontrarse con el “amigo imaginario” que tenía en su infancia, solo que ahora parece haber tomado corporeidad y buscar venganza por algún motivo. A través de una extraña conexión mental, ella vislumbra casi en primera persona los sangrientos asesinatos que va cometiendo el villano. No obstante, esta sinopsis se queda muy corta ante la complejidad de una trama que va creciendo conforme avanza la película.
El film es una pasada de rosca tan sonrojante que escandaliza. El exceso tanto en la historia como en su puesta en escena resulta palpable desde los primeros acordes. La brutalidad, la exageración y la locura termina por arrancarle al espectador una sonrisa. Se perciben los coqueteos con el cine de terror de serie B nacido para el VHS, pero también hay elementos del giallo más hortera, de los slashers noventeros, del gore más jugoso, o incluso del terror gótico de berlinas en la niebla.
Y, sin embargo, todo encaja como un diabólico engranaje de reloj suizo. La trama, incluso con sus giros y sorpresas, guarda una lógica argumental mucho más cerrada que la que pueden tener, por ejemplo, los Expedientes Warren. Dentro de la locura y del exceso, todo termina teniendo su razón de ser en la obra, que transita con descaro a través de todos los recovecos del género para llevar al espectador en una montaña rusa de pesadilla.
Por ello, la película termina teniendo una personalidad y un estilo que la hacen particular. No es una obra maestra que vaya a triunfar en festivales de cine sesudo, es más bien una gamberrada de videoclub, pero de videoclub bueno.