En los relatos clásicos y medievales, la mantícora es un ser mitológico que tiene cuerpo de león. Su cola, en cambio, es venenosa como la del escorpión. Estos rasgos la convierten en una excelente depredadora, capaz de capturar y envenenar a sus víctimas. Dante, en la Divina comedia, asocia el cuerpo de la mantícora al demonio Gerión, que custodia la entrada al séptimo círculo, el dedicado a la violencia. Se puede afirmar, por tanto, que esta criatura legendaria es la pura encarnación de la maldad. No obstante, la mantícora tiene un rasgo particular: posee cabeza humana. Y, además, tiene cara de persona honesta.



El cineasta Carlos Vermut escribe y dirige la historia de Julián, un diseñador de monstruos para videojuegos que está familiarizado con seres de la calaña de la propia mantícora. Gracias al sofisticado sistema de modelado 3D de su empresa, el joven, empleando gafas de realidad virtual, “esculpe” en el aire figuras terroríficas pero anatómicamente correctas a las que los animadores terminarán dando vida.
Un día, mientras está trabajando en su casa, oye al niño que vive en la otra puerta de su mismo descansillo pidiendo auxilio. Está atrapado y algo parece que se está incendiando. Julián no duda en derribar la puerta y apagar el incendio con el extintor que tienen en el rellano. Salva la vida del niño y además se queda animando al muchacho, que no tendrá ni diez años, en lo que llega su madre del trabajo, calmándole, dándole conversación y tratando de lograr que se le pase el susto. Porque Julián es, como la mantícora, una buena persona.
No obstante, este episodio del incendio despierta en él una vertiente oscura. Esa misma noche se tiene que ir a urgencias con problemas respiratorios. Él cree que se deben al humo que ha inhalado, pero el doctor lo lleva por otro lado: está sufriendo un ataque de ansiedad, quizá por saber lo que lleva dentro y la pulsión que el fuego ha despertado en él.
Vermut construye una obra que se sostiene sobre la ambigüedad. Espectador y protagonista conocen la realidad de Julián y el secreto que arrastra en su intimidad; un secreto espeluznante y perturbador que, aunque no le haga daño a nadie más que a sí mismo, asusta y desagrada sólo el planteárselo. Sin embargo, se da la circunstancia de que Julián es un joven encantador: humilde, amable, bondadoso… Cuando inicia una relación con una chica llamada Diana se ve que todo en él es virtud.
Y, por ello, el horror. Porque ¿hasta qué punto se puede empatizar con un monstruo?