


Anoche Atresmedia cometió la fechoría de estrenar en todos sus canales Mar de Plástico, la nueva serie de Boomerang para el prime time. Independientemente de que la estrategia nos resulte más o menos oligarca o temerosa, la presentación de esta nueva intriga parece no haber dejado indiferente a nadie. Unos la adoran, otros la odian… Y esa disparidad de pareceres es buena, al fin y al cabo.
En los invernaderos del campo almeriense la hija de la alcaldesa del pueblo ficticio de Campoamargo es brutalmente asesinada durante un apagón, precisamente la víspera de la llegada de un nuevo sargento de policía judicial. Se trata de un pueblo agrícola donde malconviven diversos colectivos en un equilibrio tenso, y este crimen no hace sino acrecentar la violencia entre los amigos de la víctima y los inmigrantes a los que consideran culpables del homicidio.
La serie presenta indudables puntos fuertes. La factura visual, en primer lugar, se emancipa por fin de la unidad de escenario y la iluminación artificial para aventurarse en exteriores, incluso con alguna que otra escena de acción. El tono dorado que inunda el etalonaje quiere acrecentar el calor tenso de la pieza, y el montaje juega a mostrarle al espectador pistas de tramas y subtramas que, oh sorpresa, no se presentan en diálogo. La interpretación, en segundo lugar, es destacable, aunque más por los secundarios —inmenso Pedro Casablanc— que por el elenco principal. La historia, en último lugar, tiene una premisa potente asentada en un escenario que, aunque inventado y con una xenofobia quizá exagerada, aporta el tema de los temporeros sin papeles y el mestizaje cultural que viven algunos municipios del campo andaluz.
Se la ha querido comparar con La Isla Mínima y, de rebote, con la primera temporada de True Detective, pero lo cierto es que no tiene nada que ver
No obstante, el primer episodio trae consigo lo que creo que son puntos flacos en una obra de este género, y especialmente en un piloto. Si bien comenzamos con imágenes potentes que derivan la historia hacia el crimen, su brutalidad y la consiguiente investigación, al poco la perspectiva se va de paseo para ahondar en las subtramas de todos y cada uno de los secundarios que ocupan la escena, desde los tejemanejes del cacique local hasta los chismorreos de piscina de su mujer. La realización se esfuerza tanto por presentar de primeras a todos los integrantes del drama que incluso se permite la licencia de mostrar el artificio con una secuencia de montaje en la que una narradora improvisada le cuenta al protagonista todo lo que necesita saber sobre el pueblo mientras los distintos colectivos aparecen casi saludando a cámara —la rusa frenando el descapotable y sonriendo es, quizá, el mejor ejemplo—. Este principio tan teatral de querer presentar a todos los miembros de la biblia en el piloto llega a cobrar tanta importancia que incluso se fuerzan escenas artificialmente encaminadas a él. Además, y esto ya es una manía personal mía, la serie adolece del mal crónico de casi todas las ficciones españolas de los últimos veinte años: el bar.
Por otro lado, se la ha querido comparar con La Isla Mínima y, de rebote, con la primera temporada de True Detective, pero lo cierto es que no tiene nada que ver, ni temáticamente ni en lo formal. Muestra de lo primero es la perspectiva del narrador: en True Detective siempre acompañamos a los protagonistas, salvo en el prólogo y en el último episodio, y lo único que nos da como espectadores una pista que no perciben ellos antes es el color amarillo albero que rodea a los culpables —el «rey amarillo» y su séquito— cuando surgen en escena. De lo segundo, los contraplanos desde el coche y su torpe ejecución por montaje: mientras que en la serie de HBO vemos lo que mira Cohle a través de su ventanilla, en Mar de Plástico se nos muestra por corte; resulta obvio lo complicado que habría sido rodar tales contraplanos sin desmontar el instalache de la cámara en la ventana que tantas veces se nos enseña en el reflejo de las gafas del actor principal en su manía por imitar al Horatio de CSI Miami.
A pesar de estos detalles, voy a dar una oportunidad a Mar de Plástico
Más parecido guarda con The Killing. A pesar de que han querido bautizar el género como «thriller mediterráneo», por oposición al «escandinavo», lo cierto es que la aparición del cadáver de una joven, su vínculo con la política, el conflicto entre colectivos y el calor asfixiante recuerda mucho a la investigación de Sarah Linden bajo la sempiterna lluvia de Seattle. No obstante, si la pieza danesa —y su adaptación norteamericana— nos daba la información con cuentagotas, Mar de Plástico opta por contárnoslo todo a la primera, con una perspectiva múltiple que salta de unos personajes a otros sin solución de continuidad, casi con el afán de querer presentarlo todo; de explicarlo todo.
Pero, a pesar de estos detalles, voy a dar una oportunidad a Mar de Plástico. Creo que se ha presentado un conflicto principal lo suficientemente potente como para trascender el culebrón familiar, y me parece, además, que la ubicación en una Torre de Babel contemporánea puede dar muchísimo juego de cara a la resolución de la trama. El guión se sostiene sobre unos personajes que, a pesar del arquetipo, salvan el pellejo, y la intriga económica y política que parece salpicar el asesinato puede, si es bien llevada, cautivar a propios y extraños.