


En la segunda mitad del s. XVI convivieron en la misma isla dos reinas singulares. La primera de ellas era Isabel I de Inglaterra, quien pasaría a la historia con el sobrenombre de «la reina virgen». La segunda, su prima María, reina de Escocia, heredera de la sangre Estuardo y con legítimo derecho sobre el trono de la primera. María no tenía ni la potencia militar ni la estabilidad política y eclesiástica de su prima. No obstante, sí tenía algo con lo que la reina de Inglaterra no podía competir: un hijo.
María Reina de Escocia realiza un recorrido a través del periodo histórico en que María Estuardo, después de enviudar en Francia —donde se había criado— retorna a su Escocia natal con la pretensión de reclamar ambos tronos, el de su tierra y el de Inglaterra. A lo largo de este periplo asistimos como espectadores a diversos episodios donde se pone de manifiesto la enemistad entre ambas gobernantes, así como los problemas y traumas íntimos de cada una de ellas en lo relativo no solo a las corruptelas del poder en sus respectivas cortes —controladas en ambos casos por hombres ambiciosos—, también a sus relaciones sentimentales y emocionales.
El resultado es irregular en lo estético y fabulado en lo narrativo.
La película, realizada por la directora novel Josie Rourke y con guion de Beau Willimon —acostumbrado a las intrigas palaciegas tras su paso por la serie House of Cards—, parte de la biografía escrita por John Guy para hacer un retrato de ambas mujeres y de un contexto político y social complejo por la cantidad de elementos enfrentados: clanes contrarios, amenazas extranjeras, conflicto religioso…
El resultado es irregular en lo estético y fabulado en lo narrativo. Si bien la protagonista Saoirse Ronan aborda el papel con acierto, rescatando la fuerza y el aplomo tradicionalmente asociado al personaje —anteriormente ha sido interpretado en la gran pantalla por actrices del carácter de Katharine Hepburn o Vanessa Redgrave—, su trabajo queda reducido prácticamente a las escasamente demostrables cuitas de alcoba, centrando el foco de la historia en lo íntimo de su relación con sus sirvientas y el problema con la homosexualidad de su segundo marido, más que en el enfrentamiento político y personal con su prima, que es interpretada por una pretendidamente desmejorada Margot Robbie. La película, en este sentido, incluso imagina un encuentro entre ambas que nunca sucedió en la vida real.
El destino llevó al hijo de María de Escocia, Jacobo I, a suceder también a la última de los Tudor. Llegado al trono, mandó exhumar a su madre para enterrarla de nuevo en la abadía de Westminster, en una capilla opuesta a la tumba de Isabel, quién sabe si queriendo reconciliar en la muerte a quienes no lograron entenderse —ni verse— en vida.