


Harry Gregson-Williams; Reparto: Matt Damon, Jessica Chastain, Kristen Wiig
Hace varios días, César Brito nos convidó una esmerada crítica sobre El Marciano, la novela de Andy Weir. Tal vez por ello debería ser él y no yo quien hiciera ahora lo propio con su adaptación cinematográfica. O tal vez no. Tal vez sea mejor que me encargue yo, que no he leído la novela, de la visión en pantalla pues seguramente, y esto le pasa a los lectores aplicados, la contaminación lumínica del libro no permita admirar en toda su profundidad la arquitectura de la película, del mismo modo que el resplandor del Sol no nos deja ver las constelaciones.
Porque Marte, película, y El Marciano, novela, son obras diferentes edificadas con lenguajes diferentes, aunque narren esencialmente la misma historia: un astronauta es dado por muerto en mitad de una misión al planeta rojo y es abandonado allí, donde deberá ingeniárselas para sobrevivir sacando aire, agua y alimentos de donde no los hay hasta que en La Tierra se percaten del asunto y busquen la manera de rescatarle con vida.
Por supuesto, la antítesis sobre la que se construye el término «ciencia-ficción» da a los creadores la venia para jugar con un comodín en la manga. En efecto, la providencia de los realizadores otorga al pionero la suerte de disponer de cuanto necesita para salir adelante, incluyendo víveres, enseres, aire respirable prácticamente ilimitado, agua, una licenciatura en botánica, conocimientos de física, cálculo, kilos de excrementos para hacer compost y las bondades de un clima marciano tan apacible que casi parece extraño el incidente que provocó la evacuación del planeta al presentar el conflicto. Además, y por si fuera poco, los que han ideado el cuento han tenido a bien ubicarle, de toda la superficie del planeta, a tiro de piedra de los transmisores olvidados de la Mars Pathfinder y de, oh fortuna, un cohete —sí, sí, un cohete— que han dejado también allí preparado para que regrese otra expedición a la que todavía le faltan años para despegar.
La cosa es que, con todo, la película es muy entretenida
La película, magistralmente dirigida y bien interpretada, fracasa, no obstante, en el intento vano de escenificar el conflicto interno del personaje. El Robinson Crusoe de Marte se toma eso de ser el único habitante de todo un planeta con una filosofía de lo más optimista; incluso con buen humor. Llama la atención, de hecho, la aproximación que realiza el propio Matt Damon, teniendo en cuenta que es el mismo actor que hace un año diera vida a otro pionero planetario en el Interstellar de Nolan a quien la soledad y la desesperación lo habían vuelto tarumba hasta el punto de no importarle asesinar a quien se encontrase por delante con tal de que le sacaran de allí. Casi da la impresión de que quienes tienen el conflicto más explotado son precisamente los rescatadores desde La Tierra, lo cual es problemático ya que, frente al problemón del pobre Matt, sus infortunios se antojan como mera peripecia de la historia de éste.
La cosa es que, con todo, la película es muy entretenida. Envuelta en el bálsamo del optimismo y el buen humor, la narración se postula tan buenrollera que por un momento se olvida uno de las trabas de una historia así, incluyendo la parte en que propugna la colaboración EEUU/China dejando programas secretos aparte en amor y compaña. La producción seduce, entra por los ojos, se deja comer, y el resultado es una película agradable de ver.