


En casi todas las películas del Universo Cinematográfico Marvel se da una constante. Al protagonista, habitualmente varón blanco heterosexual, suele acompañarle en su aventura un amigo perteneciente a alguna minoría étnica que sirve de contrapunto heroico. Así sucede en Iron Man, sucede en Capitán América —excepto en la primera de la saga, ambientada en el extranjero—, sucede en Doctor Extraño, Spider Man tiene a su mejor amigo Ned, Capitana Marvel —que no es varón pero sí protagonista— tiene a su amiga Maria, y Ant-man pasea por ahí en la furgoneta de sus colegas, a la sazón un mexicano, un ruso y un afroamericano. No obstante, excluyendo a Los Guardianes de la Galaxia por motivos obvios, solo Hulk y la saga Thor parecían encumbrar al héroe en solitario, ayudado apenas puntualmente por un plantel de secundarios anecdóticos. Así era, al menos, hasta Thor Ragnarok, filme en que se le pone al héroe de Asgard por fin un acompañante: la sinpar Valquiria. La química de esta singular pareja artística (Chris Hemsworth/Tessa Thompson) dio tan buen resultado que no han dudado en repetirla en una saga completamente distinta: Men in Black.
El incuestionable atractivo de la pareja protagonista no es suficiente para sacar a flote la historia
Cuando la pequeña Dolly observa en acción a los Men in Black y escapa del efecto amnésico del «neuralizador» que emplean para borrar la mente de los testigos, crece en ella la obsesión por entrar a formar parte de tan particular y esquiva agencia. Lo logra rápidamente y es transferida —en prácticas— al departamento donde trabaja el mítico y atractivo H, que ya salvó a la humanidad en una ocasión. Puesta la Tierra en peligro de nuevo por los fallos de la diplomacia extraterrestre, la agente novata y su cínico mentor tendrán que unir fuerzas para desentrañar la corrupción del departamento y hacer frente a los enemigos alienígenas. No obstante, ni ella tiene toda la experiencia que necesita, ni él parece ser el mismo desde que tuvo que salvar a la humanidad por primera vez.
El incuestionable atractivo de la pareja protagonista no es suficiente para sacar a flote una historia que se queda en la mera exposición de peripecias superficiales con poco sentido y fundamento. Es cierto que las anteriores entregas de la franquicia se cimentaban igualmente en el juego visual y el carisma de sus intérpretes para sostener la trama, pero, aunque de forma breve, también hurgaban en motivaciones más profundas y relaciones más humanas entre sus personajes —incluso la tercera—.
En esta ocasión, en cambio, da la impresión de estar ante una historia de patronaje ya visto que a ratos pretende ser película de acción con poca acción y comedia con poca gracia. En definitiva, el mismo traje negro de hace veinte años, pero colocado sobre otros maniquíes —en el sentido más literal del término—.