


Corría octubre de 2001, apenas un mes después del atentado contra las Torres Gemelas, cuando el legislativo estadounidense aprobó la polémica Patriot Act contra el terrorismo. Se trataba de una ley que, según sus muchos detractores, atentaba con sus medidas de vigilancia contra varios principios constitucionales. Fue por entonces cuando Steven Spielberg decidió desempolvar un proyecto que había estado aparcando durante la última década basado, fíjense qué cosas, en un relato de Philip K. Dick escrito cincuenta años antes, en el contexto de la Guerra Fría. Minority Report planteaba un inquietante futuro en el que una sociedad hipervigilada asistía con asombro a la tasa de criminalidad cero. El secreto del éxito dependía de tres personas cuyas mutaciones las habían convertido en oráculos: eran capaces de ver el futuro, lo que permitía a la policía detener a los criminales antes de que cometieran sus fechorías. El problema llegaba cuando los videntes acusaban al jefe de policía de un crimen que, en principio, no tenía intención de cometer. Todo el relato es la búsqueda del informe minoritario —no todos los videntes decían lo mismo— que exculpase al protagonista. El film, protagonizado por Tom Cruise se estrenó en 2002. Apenas un año después comenzaba la invasión de Irak bajo la doctrina de la guerra preventiva.
Tras una década y pico, Fox, coproductora de la película original, saca a colación el asunto para producir una serie que se ubica en la inmediata continuación del film. Después de haber sido demostrada su falta de rigor, la agencia estatal encargada de prever los crímenes y detener a los criminales es desmantelada y los oráculos son enviados al campo, donde viven una apacible existencia entre libros y margaritas. No obstante, siguen teniendo sus horripilantes visiones de crímenes que todavía no se han cometido. Por ello, uno de estos videntes decide escapar de su reclusión para volver a la gran ciudad y tratar de evitarlos. Y ahí es donde una interesante premisa se degrada hasta convertirse en un procedimental de lo más normalucho que ya ha sido cancelado en la cadena original, y con razón.
Reconozcámoslo, la historia basada en la obra de Philip K. Dick tiene su enjundia. Se sumerge, casi sin quererlo, en temas como el determinismo, la libertad individual, los límites de la privacidad y la seguridad, e incluso el propio sacrificio —en el relato original el protagonista se ve en la tesitura de tener que elegir si cometer finalmente el crimen del que ha sido acusado para lograr un bien mayor—. La serie no tiene absolutamente nada de eso.
La trama no deja de ser un poco más de lo mismo de siempre
Dash, uno de los oráculos del film original, se une a la Detective Lara Vega para evitar de tapadillo los crímenes antes de que estos se produzcan. El problema de Dash es que es el más torpe de los tres hermanos videntes. Él sólo ve lo que puede que ocurra —sus hermanos, por lo visto, ven cosas concretas como nombres, fechas y direcciones exactas—. Esto implica que cada vez que el mozo tiene una premonición, la detective tiene que ponerse a investigar el significado de los sueños. La única parte interesante es la presencia de los otros dos hermanos que, si bien anda cada uno por su lado, previsiblemente ya hayan adivinado lo que está por venir.
Con una producción futurista, la trama no deja de ser un poco más de lo mismo de siempre: agente de policía mujer traumatizada por la muerte de su padre decide seguir sus pasos, pero no es nada sin la ayuda de un hombre dotado de algún tipo de poder mágico que la salva una y mil veces en cada episodio. Como en Castle, como en El Mentalista…