En la fachada del St Martin’s Theatre, en Londres, una placa azul conmemora un hecho bastante particular. Colocada en 2002, la placa acredita el récord de representaciones de una obra teatral en toda la historia. Se trata de La ratonera, de Agatha Christie, y en el momento de su conmemoración llevaba ya cincuenta años en cartel. De aquello han pasado ya casi otros diez años y la obra, con excepción del parón provocado por la pandemia COVID-19, supera ya con creces las 26.000 representaciones.



La película de Tom George Mira cómo corren sitúa la acción en la fiesta organizada con motivo de la representación número 100 de la obra de Christie —quien, por cierto, no le aventuraba ni un año en cartel—. En la trama, un mujeriego y alcohólico director de cine americano es asesinado en la propia fiesta. Actores, guionista, productores… incluso la representante de la inmortal escritora son sospechosos del crimen. Los intereses cruzados de unos y otros, los egos heridos y la motivación económica detrás de los derechos les convierten a todos ellos en potenciales acusados.
Scotland Yard encarga la investigación del asunto a un detective cínico, taciturno y cansado de la vida y, en un alarde de progresismo feminista, le ponen de ayudante a una joven aspirante a policía vivaracha, inteligente y, en ocasiones, atrevida e irresponsable. Por supuesto, la combinación entre ambos conforma gran parte de la carga cómica de la película, que mezcla con acierto el misterio y la intriga del crimen con la parodia de este tipo de relatos detectivescos.
La obra tiene también el encanto de las películas de época y de las historias que suceden entre las bambalinas del teatro. La pugna con el cine, el clima del Londres de posguerra, la situación social y familiar de los personajes, el metalenguaje… Se trata, en suma, de una obra que alude a múltiples facetas de la realidad del momento histórico a la vez que hace un guiño a la situación social actual.
Los que sostienen el artificio son la pareja protagonista conformada por Saoirse Ronan y Sam Rockwell. Además del tono, ambos logran que sus personajes trasciendan lo arquetípico y muestren trasfondos humanos. La dirección y puesta en escena quiere recordar a los primeros trabajos de Wes Anderson (cuando no era imitador de sí mismo), aunque la mano del debutante Tom George se aprecia en los rasgos de estilo.
Los problemas fundamentalmente se dan en cuanto al ritmo, a la energía de las escenas y, muy especialmente, al intento (no logrado) de escapar del cliché. Con todo, es una comedia digna que despertará una sonrisa en el público aficionado a las partidas de Cluedo.