


En 1967 la autora Joan Lindsay publicó una novela que ha pasado a ser uno de los grandes clásicos de la literatura australiana. Llevada al cine en 1975 por Peter Weir, Picnic at Hanging Rock, ha sido, tanto en su versión literaria como fílmica, una fuente de inspiración para cineastas tan dispares como Sofia Coppola —Las vírgenes suicidas (1999)— o Rodrigo Cortés —Blackwood (2018)—. Ahora la historia se ha hecho serie de la mano de Amazon Studios, hemos podido verla en Cosmopolitan TV, y tiene como jefa de cartel la cara conocida de Natalie Dormer, una de tantas actrices que han pasado por el universo de Juego de Tronos con mejor o peor suerte.
La historia, ambientada en 1900, tiene los tintes de un juego de misterio. Las alumnas de un elitista internado de señoritas se disponen a hacer una excursión al paraje real de Hanging Rock, una formación rocosa a ochenta kilómetros de Melbourne. Cuando llegan al lugar, el ambiente se ve enrarecido por lo que parece algún tipo de acción sobrenatural que paraliza todos los relojes. Varias alumnas y una de las profesoras deciden entonces subir a lo alto de las rocas. No se vuelve a saber nada más de ellas.
Aunque la investigación sobre la desaparición de las muchachas supone el eje central de la narración, lo cierto es que para el relato esta cuestión pasa a un plano enteramente secundario en favor de las subtramas de relación de las chicas entre ellas, los vínculos emocionales que las unen, el despertar sexual y la opresión victoriana que encarna la villana del cuento, Mrs. Appleyard, jefa del internado, a quien da vida Dormer.
Se pierde en el circunloquio expresivo, abandonándose en los devaneos oníricos y alargando en suma todo lo posible cuestiones de trazo corto
La serie, a pesar de tener solo seis episodios, trata de alargar el relato todo lo posible, introduciendo más elementos sobre el turbulento pasado de Appleyard y confiriéndole el rol protagónico. De hecho, ella es la encargada de abrir la narración con un prólogo donde queda patente, entre otras cuestiones, su impostura y villanía. La desaparición, acaecida en el primer episodio, da pie a una colección de flashbacks donde se va relatando los detalles de la intimidad de las alumnas, los secretos de unas y otras, y dejando patente en cualquier caso su deseo de liberación.
Este desvío del protagonismo, así como el poco recorrido de la aventura, hacen la serie aburrida y tediosa. La estética, influenciada a su vez por el estilo visual y los anacronismos estilísticos de las películas de Sofia Coppola, se pierde en el circunloquio expresivo, abandonándose en los devaneos oníricos y alargando en suma todo lo posible cuestiones de trazo corto. Igualmente, tampoco ayuda el casting, que pone a veinteañeras a interpretar a adolescentes y a treinteañeras, como la propia Dormer, en el papel de anticuadas institutrices, dando la impresión, al final, de que alumnas y profesoras tienen todas la misma edad.
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