


Más que sobre la maternidad, como muchos han querido señalar, el tema recurrente de la trilogía que hasta la fecha compone la aportación de J.A. Bayona al ámbito del largometraje —El Orfanato, Lo Imposible y la última Un monstruo viene a verme— parecen ser los niños perdidos. El director catalán, que forjó su incuestionable maestría en el lenguaje cinematográfico en la escuela del cortometraje y el videoclip, desgrana una vez más un drama de hondo calado que tiene como motor y trama principal la historia de un niño que, por las circunstancias, se encuentra solo en un momento crucial de su existencia.
Asediado por el acoso que sufre en el colegio, la vida de Connor (Lewis MacDougall) se complica cada vez más a sus apenas 12 años. Su madre se está consumiendo poco a poco por el cáncer; su estricta abuela, que pasa día y noche en el hospital, apenas se interesa por él; y su padre, ausente, va y viene a intervalos sin querer integrarlo del todo en su nueva familia. Connor vive y sufre en solitario el trauma de quien pasa a la edad adulta de repente y a golpes y, quizá por eso, sólo encuentra consuelo en el monstruo que recrea en su imaginación y que viene a visitarle cada día, siempre siete minutos después de la medianoche.
Pocas cosas hay más complicadas que conseguir trasladar a imágenes un conflicto interior. A menudo en las clases de guion se insiste en que aquello que se escribe para ser contado por el medio cinematográfico tiene que tener, por norma, forma visual. Por tanto, describir con fotogramas la angustia y el trauma de un niño en pleno proceso de paso a la edad adulta, y su creciente sensación de «invisibilidad», se antoja una empresa meritoria que J.A. Bayona consigue realizar casi como los buenos bailarines: aparentemente sin esfuerzo. ¿El secreto? Además de emplear todos cuantos recursos le permite el medio —desde la animación hasta una hermosa partitura lírica, pasando por una meticulosa y solvente fotografía—, probablemente la clave resida en lograr plantearle desde el comienzo un diálogo cuidado e inteligente al espectador.
En Un monstruo viene a verme, pese a la cantidad de relatos que se narran, lo realmente importante no se dice con palabras. Basta un gesto o una mirada para que el espectador comprenda y empatice con el sufrimiento de un protagonista que mueve la trama consigo haciendo gala de un extraordinario talento. Aunque, en ocasiones, no es necesario ni eso. El llanto a través de una cerradura; la sangre en los nudillos de un niño dejado a su suerte; el rostro de quien sencillamente espera en el pasillo de un hospital son lo suficientemente elocuentes como para relatar, en tan sólo un instante, una historia que reconocerán todos los lectores pues, al fin y al cabo, se trata de la historia de la vida.
En definitiva, una pieza imprescindible.
Fantástica. Lo que he llorado! La acabo de ver seguida de Q&A con el escritor/guionista -muy interesante.