


Es bastante habitual que el género de la ciencia ficción, entre alienígenas, naves espaciales y distopias de todo tipo, ofrezca en realidad una visión cruda y descarnada de la condición humana. Bajo la excusa de los viajes estelares radican, habitualmente, relatos que rezuman la más prosaica verdad de las sociedades en que se configuran. La obra de Rupert Wyatt es un buen ejemplo de ello.
En un presente postapocalíptico, los aliens han invadido la Tierra y han establecido una tiranía. No obstante, no han sometido a la población a su control directo. En vez de eso, han colocado en el poder a una elite de colaboracionistas de nuestra misma especie. De este modo, auspiciados por la violencia extraterrestre, los seres humanos siguen sometiendo a otros seres humanos. La finalidad, esquilmar todos los recursos naturales que el planeta pueda ofrecer a los invasores; el peligro, la muerte, o algo peor: el exilio espacial.
La sociedad, confinada en núcleos urbanos de los que no puede escapar, malvive explotada en un entorno donde toda la comunicación digital ha sido prohibida. Son vigilados día y noche por un gran hermano armado con un enjambre de drones, y todo el mundo porta un chip dentro de su cuerpo que no solo le ubica de cara a la vigilancia, sino que parece reconocer las transgresiones realizadas por los sujetos.
El filme dirigido por Wyatt se vale de la excusa extraterrestre para elaborar una intrincada metáfora de la sociedad actual
En este contexto se vislumbran tres facciones protagonistas. Por un lado, la elite colaboracionista, que ha optado por refugiarse bajo tierra y delegar en sus lugartenientes el control local; por otro, un grupo de disidentes que, por supuesto, actúa en la clandestinidad y que pretende a toda costa hundir este sistema, primero, para derrocar a los aliens después. Por último, los propios extraterrestres, de forma a medio camino entre arañas gigantes y puercoespines, que se hacen llamar a sí mismos “legisladores” y que actúan solo cuando es indispensable para mantener el orden establecido. En medio de todos ellos, el policía William Mulligan (Goodman) y el joven disidente Gabriel Drummond (Sanders) mantendrán una rivalidad que servirá de espejo metafórico de la situación social y política.
El filme dirigido por Wyatt se vale de la excusa extraterrestre para elaborar una intrincada metáfora de la sociedad actual. Los temas del colonialismo y la explotación de los recursos naturales están presentes durante todo el metraje. No obstante, si bien su relato se enmarca en la ciencia ficción de tintes sociales, lo cierto es que su película termina pareciendo más bien del género de espías. Esto provoca una complejidad que puede sacar al espectador que se espere una pieza de acción, lo que no ayuda, tampoco, a un relato que resuena superficial en el retrato de los que resultan ser, al final, sus personajes principales.