


Hutch Mansell es un don Nadie. Padre de familia que roza los cincuenta, lleva una vida rutinaria en la que cada día parece el mismo. Vive en un chalé adosado en un barrio residencial de clase media. Trabaja en la empresa de su suegro, donde tiene que soportar las bravuconadas de su cuñado. Su anciano padre vive en una residencia donde pasa el día viendo películas de pistoleros. Tiene un hijo adolescente y una niña pequeña. Y no es un hombre feliz.
Una noche entran a robar en su casa. Su hijo se enfrenta con la pareja de ladrones, pero Hutch no hace nada. Al contrario: trata de calmar la situación y evitar males mayores. Deja que los ladrones se marchen con un pírrico botín. Su hijo no se lo perdona y lo ve como un hombre cobarde.
Él tampoco parece perdonárselo a sí mismo. Sabe que podría haber hecho más. Mucho más, en realidad. Porque Hutch Mansell no es ningún don Nadie. En realidad esa forma de vida es una pose, una coartada, una fachada tras la que se esconde un personaje con un pasado muy turbio y violento al servicio de las cloacas del gobierno; alguien con entrenamiento militar de alto nivel, manejo de armas, explosivos y experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo.
El asalto de los ladrones despierta en él los ecos de su vida anterior y se da cuenta de que, de hecho, es la forma de vida que añora. Por eso, cuando surge ante él una segunda oportunidad de dar rienda suelta a su violencia reprimida, no puede contenerse y explota. El problema es que explota precisamente con quien no debe.
El elemento de comedia se sirve en pequeñas dosis y no desmarca la película de su tono, que ya desde el comienzo es exagerado y exhibicionista
Con un tono de comedia ácida, la película dirigida por Ilya Naishuller recuerda mucho a otros títulos como la saga John Wick, del mismo productor: una historia de acción cargada de peleas acrobáticas, disparos cons armas automáticas y muertes violentas que dejan poco margen para una trama más consistente. El principal punto de interés de la obra reside en lo que se oculta de la historia pasada del protagonista, que se va cebando a lo largo de la película una y otra vez con el mismo recurso: en el momento en que alguien percibe o sospecha su verdadera identidad huye lo más rápido que puede.
El desglose de la información que se va presentando ante el espectador resulta entretenido. La escalada de tensión y de acción es coherente con la premisa inicial y con el paulatino desvelamiento de las dotes asesinas del protagonista. El elemento de comedia se sirve en pequeñas dosis y no desmarca la película de su tono, que ya desde el comienzo es exagerado y exhibicionista, abusando quizá del recurso del contraste musical.