Nueva York, años noventa. Una joven vitalista y alegre abandona a su novio y su vida de estudiante para convertirse en escritora. Tiene algunos poemas publicados en revistas puntuales, y poco más. Comienza a trabajar en una agencia literaria de las de toda la vida que cuenta en su cartera de clientes con nombres como Agatha Christie o Scott Fitzgerald. Se echa otro novio, también aspirante a escritor, como ella, con quien se muda al poco de conocerse a un apartamento sin fregadero. Su trabajo en la agencia es rutinario y en absoluto creativo: sencillamente tiene que leer, responder lacónicamente y destruir toda la correspondencia del actual escritor estrella de la agencia, J. L. Salinger, conocido mundialmente por su obra El guardián entre el centeno, que ella no ha leído.



Pasan los meses y la joven poco a poco se va deprimiendo. No tarda en descubrir que su nuevo novio es imbécil, pero le cuesta reconocérselo a sí misma. De vez en cuando Salinger, que vive recluido y ajeno al mundo, llama personalmente a la agencia y cruza dos o tres palabras por teléfono con ella antes de darle paso a su jefa: «¿Has escrito hoy? Hay que escribir todos los días». Ella le miente y le dice que sí, que escribe. La realidad es que solo escribe respuestas estandarizadas a las cartas de los fans de él, que nunca llegan a su destinatario final, lo que la tiene especialmente desmoralizada. Muchos de los fans que escriben a Salinger se desnudan emocionalmente y es ella la única testigo en la sombra. La única que llega a conocerles.
La película de Philippe Falardeau no tiene una estructura canónica ni una trama al uso. Probablemente porque la vida real tampoco la tiene
Poco a poco se ve a sí misma hablando imaginariamente con los fans más que con el idiota de su novio. Aprovecha instantes de soledad para visitar hoteles de lujo y tomarse un café con un pedazo de tarta —tarta de lujo—. De vez en cuando, se fuma un cigarro con una amiga que le cuenta cómo le va a su ex, a quien empieza a echar de menos… Entre otras cosas, le da por leer El guardián entre el centeno.
La película de Philippe Falardeau no tiene una estructura canónica ni una trama al uso. Probablemente porque la vida real tampoco la tiene, y la obra refleja la biografía real de su protagonista, la escritora Joanna Rakoff, a quien da vida en la pantalla la carismática Margaret Qualley. Sin embargo, en esta aparente ausencia de estructura sí hay una historia de autoconocimiento, de maduración y de desarrollo personal en la que toman partido los referentes involuntarios y las malas decisiones. Una historia, en definitiva, sobre encontrar la piedra angular de todo escritor que se precie: una voz propia.