


En septiembre de 1996, la historiadora norteamericana Deborah Lipstadt fue demandada por libelo en Reino Unido por el también historiador David Irving. El motivo fue que, en su libro Negando el Holocausto, la historiadora afirmaba que Irving había ignorado, manipulado y distorsionado documentos históricos con el fin de negar que el genocidio de millones de personas durante el régimen nazi hubiera tenido realmente lugar, además de llamarle antisemita. Irving era conocido por sus charlas en grupos neonazis como un acérrimo defensor de que en Auschwitz no se gasearon judíos, o que Hitler no estaba realmente al corriente de ello, basando sus palabras en investigaciones pseudocientíficas o de dudosa fiabilidad, como el peritaje Leuchter, que encontró menos trazas de cianuro en las paredes de las ruinas de la cámara de gas de Auschwitz que en las paredes del cuarto donde desinsectaban la ropa —lógico, por otra parte, pues, además de llevar décadas a la intemperie, resulta que para matar a un piojo hace falta una exposición al veneno muy superior y más prolongada que para matar a un ser humano—.
Si bien la acusación podía tener poco recorrido en cualquiera de los casos, Irving trató de valerse de una particularidad del sistema judicial británico que jugaba en su favor: en las demandas por difamación en Reino Unido, corresponde al demandado demostrar su inocencia. Es decir, era la propia acusada Lipstadt quien tenía que probar que, en efecto, el historiador había manipulado los datos para negar un genocidio que en efecto existió.
El filme dirigido por Mick Jackson traza el recorrido de la demanda desde el momento en que el personaje de Irving, interpretado por un demasiado envejecido Timothy Spall, revienta una de las charlas de la profesora ofreciendo mil dólares a quien fuera capaz de aportarle una prueba empírica de que en Auschwitz se gasearon judíos, hasta el momento en que el juez dicta una sentencia de más de trescientas páginas dando la razón a la autora y condenando a Irving al descrédito académico.
El filme termina por olvidarse de los personajes más interesantes del relato, como por ejemplo la abogada novata que realiza en off la verdadera investigación
Con especial énfasis en la figura del malencarado abogado defensor, y haciendo hincapié en los enfados de la protagonista, a la que no permiten ni declarar ni llamar al estrado a los supervivientes del Holocausto —el juicio se basó en exclusiva sobre pruebas periciales, no contó con ningún testimonio—, termina por olvidarse de los personajes más interesantes del relato, como por ejemplo la abogada novata que realiza en off la verdadera investigación.
La sobre-explicación de diversas escenas, y el marcado y buscado simbolismo de otras, lastran interpretaciones que, pese a todo, están bien llevadas por parte del elenco principal.
Filme interesante para los amantes de los procesos judiciales.